Lunes. El viernes pasado se me rompieron los cambios de la bicicleta. Estaba andando por Colegiales. Sentí el crack. Paré. La cadena estaba caída. Saqué la rueda. No había mucho qué hacer. Busqué en la zona con el celular. La terminé llevando a una bicicletería que encontré en el Google Maps. Me recibió un hombre canoso. Me explicó que se había roto el “fusible” y que el arreglo me iba a salir mil pesos. Le señalé que el brazo de los cambios también había hecho saltar dos rayos de la rueda de atrás. Me dijo que no había problemas. La dejé. No podía hacer mucho más. Empecé a caminar, crucé por Chacarita, caminé solo, a lo largo del paredón del cementerio por la calle Jorge Newbery. No es la primera vez que hago ese camino, ni a pie ni en bicicleta. También pasé muchas veces en auto. Pese a la ominosa cuarentena y a lo desolado del momento, el lugar me sigue gustando. Quizás porque se trata de una cita al romanticismo alemán. Tal vez por el silencio.

Lunes, más tarde. Llueve, hace frío. La ciudad gris se prepara para el miércoles 1 de julio entrar en una cuarentena más ajustada que va a durar hasta el 17. A las seis de la tarde me dormí por el lapso de veinte minutos leyendo la novela de Strafacce. Leo poco, muy poco en estos días. 

Martes. Sigue la lluvia. La cuarentena es peor sin sol. Nada está asegurado. Mucho menos el necesario sol de cuarentena. Titular: “Una gaviota fue grabada en una calle de Roma tragándose entera una rata gigante.” El video es bastante impresionante. ¿Esconde una rara metáfora sobre la cuarentena? La gaviota, la rata, la filmación, Roma. Un titular de La Nación. “Dijeron que iban a Salta y se quedaron en un velorio en Santiago del Estero: están presos.” Muerte, celebración y cárcel. El remix de la sociología del siglo XX en un titular del siglo XXI. La cuarentena está en los titulares, sin duda. No hay mucho más, pero un titular bien leído es como un verso de un soneto que entra justo. Otro titular de La Nación: “En plena cuarentena, organizaron una fiesta electrónica en una mueblería.”

Miércoles. Mi red social es YouTube. 

Jueves. Un titular de Los Ángeles Time: “Orange County Democrats condemn ‘racist’ comments by John Wayne, call for airport to drop his name.” Un titular de La Nación: “Entró a robar en una casa borracho y quiso escapar en una bicicleta fija: lo detuvieron.”

Viernes. Compré Epístola vampírica de Yoel Novoa. Recordaba haber leído el comienzo del libro. Pero no mucho más. Recordaba la evocación cuidada del dualismo. Lo busqué en mi biblioteca pensando que quizás lo tenía, y como no lo encontré, lo compré. Me lo mandaron enseguida. Ahora, mientras lo leo y tomo notas, y pese que lo que leo me resulta fresco y nuevo, pero no dejo de pensar que quizás sí tenga el libro en alguna parte. ¿Debería haberlo buscado mejor? Algunas notas sobre La escuela neolacaniana de Buenos Aires de Strafacce. La influencia de Aira se ve con claridad en la forma. La novela me resulta mucho más ácida y, por momentos, mucho mejor que lo mejor de Aira, aunque se nota la influencia, decisiva, en la prosa y en el armado de las escenas y los personajes. Sin Aira, la novela no se podría haber escrito. Pero si bien Aira es posibilidad de escritura, también aparece superado. ¿Dónde? Justo donde la novela retoma con hábiles variaciones el Buñuel de El discreto encanto de la burguesía, estirándose a momentos fellinescos, y volviendo en clave de picaresca mediterránea. Strafacce se mete con los todopoderosos lacanianos… Por ahora su estilo es ligero, galvanizado, malvado en su punto justo. Me hace acordar a ciertos contadores de chistes populares, pero, claro está, hiperescolarizado. El humor que maneja es negro sin llegar a lo escatológico. ¿Cómo leer La escuela neolacaniana de Buenos Aires sin aceptar que en su ironía y absurdo conlleva una lectura del psicoanálisis porteño muy precisa, muy fina, y sobre todo inédita en su articulación novelesca? No hay otra novela así, ni remotamente parecida. Analistas frívolos, violentos, experimentales, analizantes pasivos, ingenuos, masoquistas, adoración del dinero, abusos, teorías impracticables, sadismo...  Ahora bien, si yo soy lacaniano, y creo que lo soy, no soy analista. Solo soy un melancólico crítico de los arrabales del mundo. ¿Me corresponde responder? ¿Puedo responder en nombre de… ? ¿De quién? ¿De la EOL? ¿Del psicoanálisis todo? ¿En qué institución me encabalgo si decido leer la novela críticamente, esto es leer y escribir mis lecturas? Muchas preguntas, pocas respuestas. O como alguna vez dijo Tom Waits: “We choose this particular moment in the program to tango.” Ahora toquemos.