Lunes. “Lo real del vínculo social es la inexistencia de la relación sexual." Y sin embargo, la cuarentena viene a demostrar que algo había… Harold Bloom: “The center of my work as a critic is my own version of Freud's dry observation: every one of us wishes to die her or his own death, and not someone else's.” Traduzco: todos queremos morir nuestra propia vida. No la vida de otro, de alguien más. Solo un crítico puede desear eso y solo un crítico -o un psicoanalista, el hermano tendero del lector, el boticario de la lengua- está preparado para saber que siempre, siempre, morimos la muerte de otro.

Martes. Pocos libros, mucha Internet. ¿Hasta qué punto? Al punto que Internet ya casi no se ve. Se volvió naturaleza, como los árboles, los edificios, el asfalto. Y no digo paisaje, digo naturaleza.

Más tarde. Un titular del Daily mail: “China tries to make its draconian new security law apply to everyone on the planet.” Palabra clave draconian.

Miércoles. Después de ver la serie The boys de corrido, toda en un solo día, consigo la edición en libro del comic y comienzo la lectura. ¿Ya dije acá que me gustó más la serie? Igual el comic es bueno. Superhéroes pero tratados desde el realismo. ¿Qué significa esto? Lo que se introduce es la moral. No es un recurso nuevo en el mundo de los superhéroe. Watchmen es eso. Pero The boys le suma picaresca. Superman no tiene una super-moral. Más bien, al contrario. También veo, hasta la mitad, Red son, que retoma un mundo donde Superman es comunista, asesina a Stalin por ineficiente y se vuelve un dictador totalitario. Son buenos experimentos. El actor neozelandés Karl Urban me gusta mucho como El Carnicero de The boys. La barba y ese look entre Clint Eastwood y Benicio del Toro, con algo de Brad Pitt, es mucho más eficiente que el lampiño de la CIA en el comic. Tengo la sensación de haber escrito ya estas reflexiones. Un titular: “Taipei’s downtown Songshan airport is offering travelers a fake flight experience.” En el video se ve a los chinos subiendo a un avión que no despega. Hacen migraciones, hacen la aduana, suben al avión, pasan un rato ahí y después se bajan. No puedo pensar en algo más doloroso.

Jueves. Un titular del DailyMail: “Transgender Burger King worker dies after showing COVID-19 symptoms.” ¿Qué tipo de noticia es esta? Tiene tres partes resumidas en tres palabras. La multinacional de servicios, el sujeto trans y el virus. La novela estilo Cesar Aira no me interesa tanto. La de Chuck Palahniuk sí. Acá podría ser la novela de Laiseca, o mejor, la de Fogwill. Aunque, como de costumbre, el periodismo acerca solo personajes secundarios. Es como funciona su seteo.

Jueves, más tarde. Pongo en Netflix, La cura siniestra, una película que empieza muy bien a nivel de trama y guión, con personajes asentados y poderosos, y una capacidad producción de imágenes muy creativa y ajusta. Es una versión de Drácula en el siglo XXI, de ahí que sea tan freudiana. De hecho, el viaje de ese iluminista, hoy un corredor de bolsa, se da en el espacio, esta vez a una Suiza quirúrgica, y también en el tiempo, el castillo es una institución de principios de siglo XX con sus máquinas mesmeristas y sus batas de toalla. El elemento siniestro que se elige es el agua, bien, y el animal, las anguilas, muy bien, y ambos componen una fantasmagoría lubrica y fálica. Pero en la mitad de la película ese esfuerzo pierde pie y todo deriva en una resolución a lo Disney, con fantasma de la ópera incluido. La sinopsis dice que se trata de un “gótico contemporáneo.” Hasta la mitad de la película, sí, después todo decae. La cuarentena, en su tedio y sus infectados y muertos, es mucho más siniestra que esa cura.

Viernes. Cambiar el diario de lecturas por el diario de cuarentena sería un error. Epistemológico, pero también estético. A media tarde le llevé a mi novela a Matías Raia y hablamos de Fox y de Laiseca. Me pasó una plaqueta con un ensayo que ya había leído en Golosina Caníbal, su blog. Fue una buena conversación, los dos en la calle, con barbijo.