Mundo Cine

¿Cuál es el público de una película? En algunas ocasiones, puede incluso ser un conjunto vacío, algo verdaderamente inexistente. Un estreno de la semana pasada que ocupó 53 salas fue visto por 4.345 espectadores. Siete días, 53 salas, 4.345 espectadores. Si consideramos un promedio de sólo 3 funciones por día por sala la película convocó aproximadamente a 4 personas por función. Eso sí que es fracasar. Sobre la película pueden leer aquí, en mi crítica para La Nación

No sabía, o no recordaba, que Santiago Segura había dirigido una nueva película luego de Torrente 5. Y que ya se había estrenado, incluso en Argentina. Es una comedia, y protagonizada por la excepcional Maribel Verdú. Sin filtros se tituló acá, Sin rodeos en España y Empowered (“Empoderada”) en Estados Unidos. Y, por lo que leo, no fue un éxito en absoluto localmente cuando se estrenó en junio.

Por estar de viaje, lejos, no vi la película de Woody Allen modelo 2017, estrenada en Argentina a principios de 2018. Y ni recordaba la fecha de estreno, ni el título local, el bastante literal pero no muy acertado en términos de sentido La rueda de la maravilla, y creo que tampoco me acordaba de que me había olvidado de que se había estrenado. Y esta semana, por estar de viaje una vez más, volviendo otra vez desde lejos, estuve unas 18 horas dentro de un avión. Y estaba La rueda de la maravilla (es decir, Wonder Wheel ) en la oferta de películas para ver, así que un viaje sirvió para compensar lo que no había podido ver por otro viaje.

Esta es la columna 371 que escribo para Hipercrítico, un número que es algo así como una barbaridad. Si consideramos un promedio de 4.000 caracteres por columna -y es una cifra que está muy por debajo de la realidad- da cerca de un millón y medio de caracteres. Eso, puesto en papel, sería una montaña tremenda. Menos mal que existe la Internet, también para que puedan chequear velozmente que 371 no es un número primo, porque es 7 x 53 (es bastante claro: 7 x 50 + 7 x 3). Los años tienen 52 semanas y un día, o 52 semanas y dos días (los años bisiestos).

Murió uno de los directores de fotografía más importantes de la historia del cine moderno, uno que fue clave para los setenta, los ochenta y los noventa, y para directores como Wim Wenders y Jim Jarmusch. Y del que se contaban anécdotas de rodaje que revelaban una sabiduría de esas prístinas, que provienen de la sabiduría del sentido del humor y de la sabiduría más importante, la de saber que nunca se termina de aprender.

Hay una comedia en los cines; bueno, en algunos, en realidad en unos pocos (ver más abajo), dirigida por un joven chileno que vive en Buenos Aires desde hace unos años. Es una comedia romántico-sexual que transcurre entre Buenos Aires y Santiago. Y está protagonizada por Antonella Costa. Y que compitió y llenó sus funciones en el Bafici y que también se dio en Nueva York en el festival de Tribeca, “el de Robert De Niro”.

No logré ver más de diez minutos de Guerra de papás, la primera. Me parecía todo de un nivel de plástico insoportable, aplastado por las fórmulas más groseras. En algún momento, en algún cine, vi el trailer de la segunda parte, y me reí varias veces. Básicamente porque podía percibir(se) alguna clase de eficacia cómica en la interacción de Mel Gibson, Mark Wahlberg, John Lithgow y Will Ferrell. Los dos más veteranos de ese cuarteto se sumaban a la secuela, como padre de cada uno de quienes están a su derecha en la oración precedente. No fui al cine a verla, pero la vi meses después del estreno en VOD. Un modo ideal para el siguiente tipo de visión, sí, parcial, fragmentada.

Estas semanas de mayo, el mes post Bafici, han ofrecido muchos estrenos de cine. De hecho, en cuatro semanas fueron más de 50 lanzamientos. Realmente muchos, ¿demasiados?, ¿hay manera de que se les preste la atención que merecen?, ¿de que tengan relevancia distintiva en los medios, en las redes?, ¿hay un público, o unos públicos, que puedan ser interpelados por esa cantidad de títulos?. Y varias de esas películas que se estrenan pasaron por el Bafici. Alguna de la edición del año pasado, pero la mayoría nuevas, vistas en la edición número 20, que ocurrió en abril.

Estoy en Cannes, desde hace nueve días (cuando esto se publique, diez). Falta poco para que termine, y de las tres ediciones en las que estuve (2013 y 2014 fueron las otras dos) esta es sin dudas la mejor; por diversos motivos, y también por las películas. Uno tiende a pensar que algún año hay mejores películas porque uno vio mejores películas. Puede ser: uno nunca ve todas las películas de un festival pero la evaluación sobre Cannes tiende a ser menos incompleta que sobre otros festivales. En un festival que no tiene una programación tan grande es ciertamente más fácil evaluar algo así como una calidad promedio -o satisfacción promedio- que en uno como Berlín o Toronto, de cientos de películas. Así que sin más vueltas digamos que sí, que este año se percibe esa sensación de que estamos viendo buenas películas y, además muchos periodistas dicen que es “un muy buen Cannes”. De todos modos, coincidir en una evaluación general no implica absoluto acuerdo en lo particular (qué aburrido sería).

Cerrar una trilogía con este adefesio llamado Pitch Perfect 3 -bah, vaya uno a saber si no vendrá revoleada una cuarta entrega y el cierre no es tal- luego de dos muy buenas películas debería ser motivo de alarma. No porque no haya habido malas secuelas antes, ni películas malas por doquier en la industria en todas las épocas, sino porque estamos ante un nivel de desperdicio no tan común.