Es el año 2100, otra vez a cambiar de siglo; en realidad, casi nadie puede decir eso de “otra vez”, por este asunto de la esperanza de vida promedio. ¿Cambiar de siglo? Apenas comenzado este año 2100, mucha gente afirmó que el siglo había cambiado, pero otros insistimos en que el siglo XXI recién terminará el 31 de diciembre de 2100, y faltan algunos meses para eso. De todos modos, más allá de otras discusiones con grupos neo ecologistas -que son muy minoritarios- el año es el 2100, estamos bastante de acuerdo.
Es ese año, no hay dudas, o casi. Y una nube es una nube, sin el casi. Y la gente, al fin, ha vuelto a las salas de cine, y a las salas de cine para ver cine. Y las salas de cine, además, han vuelto a ser arquitectónicamente osadas. ¿Cines de shoppings? No, a quién se le puede ocurrir eso en estos tiempos, si ya llevamos tres décadas desde que cerró el último shopping, el último mall, el último centro comercial. Ese que se llamaba “Tik-Tok”, en homenaje a una red social de hace unos ochenta años, en pleno pico de lo que se llamó virtualidad adictiva, una forma de vida muy presente en las primeras décadas del siglo que ya casi termina, o que ya terminó.
Los cines han vuelto a ser cines, incluso lindos y con singularidad, y se entra directamente desde la calle, y la gente se puede sentar una al lado de la otra, las personas ven las caras completas de las otras personas, y en las comedias -¡hay comedias!- hasta hay risas que se contagian. A veces incluso las personas ven una reposición de Persona de Bergman, y hasta se animan a ver sus películas con la muerte como tema, o como chiste; claro, porque también volvieron los chistes, ya no te meten preso ni te torturan por hacer chistes, como era costumbre entre 2021 y 2030. Pero volvamos a nuestro año 2100: hay salas de cine, hay público de cine, hay… ¡películas! No, no el quinto spin off del suegro del reboot del primo tuerto de la franquicia de la puta madre que lo parió. Hay películas, hay historias que se cuentan mediante relatos con centro de gravedad, estructurados desde miradas sobre el mundo que se dicen con aplomo, sin miedo a los pajarracos y pajaritos (y pajarones) que indican qué temas y qué personajes hay que “incluir”. Hay películas, incluso, que hasta son inquietantes, perturbadoras, que no te dejan salir de la sala con la cara vacía y aburrida y quizás beatífica y tranquila porque estás de acuerdo -o decís estarlo, porque la corriente- con el amor universal hacia la tolerancia y hacia el amor universal, tan universal y tan tautológico que no te permite estar fuera del amor, ni siquiera un rato, y que te obligan a tener tanta acumulación de buenos sentimientos todos juntos que hasta te constipan y te quitan el sentido del humor. Buenos sentimientos con una única exigencia, ¡que odies a quienes no tengan esos buenos sentimientos que todos tenemos que tener hacia todo eso que nos dicen que hay que defender! Y otra vez hablando del pasado traumático: así eran las cosas en el 2020, cuando los abanderados del amor te cagaban a piedrazos si tu amor y tus palabras no eran exactamente como los iluminados decían que tenían que ser. En el presente, hoy, en 2100, se les cuenta a los estudiantes de cine -es una carrera distinta de la de las series- cómo fue que el cine estuvo al borde de desaparecer en 2020, cuando los premios más famosos de ese entonces (cuya última edición fue en 2025) decidieron que las películas que podían aspirar a una distinción dorada tenían que incluir -por lo menos- un unicornio de tres patas, una empanada de humita y cuatro milanesas con distintos rellenos, y no debían olvidarse de condenar la violencia del uso del tenedor y el cuchillo. Los alumnos de las carreras de cine de 2100 se ríen, y se ríen con fuerza, con ganas, con saliva libre, y después de las clases hasta tienen ganas de ver películas. En 2100 ya llevamos tres décadas de lo que se ha dado en llamar el “resurgimiento”, el de grandes autores de películas de todos los continentes. Casi todos los años hay nuevas películas de toda esa gente. Películas con miradas, hechas con el peso y la convicción de la personalidad de cada artista, personalidades irremplazables y reticentes al formateo. Hay tanto cine nuevo y relevante -y emocionante- en 2100 que cuesta creer cómo en 2020 se hacían tan pocos “films” que le importaran realmente a alguien. Una profesora de cine de 2100, que siempre cita a Pauline Kael y explica su valoración y su simpatía por los atractivos básicos de las películas con mayor potencia comunicativa -la violencia y el erotismo-, suele contar cómo fue que en el mismísimo 2020, el año de las pestes y el alcohol en hell, hubo gente que se dio cuenta de que las cosas no podían seguir así en el cine, que en esas circunstancias de encierro físico, mental y moral los grandes directores que todavía se celebraban -Quentin Tarantino y Wes Anderson- existían porque habían tenido la suerte de empezar sus carreras en el siglo XX. Y que en esas primeras décadas del siglo XXI no podrían ni haber llegado a rodar cuatro planos sin cometer alguna violencia contra un alguien, un algo, un alien, un alga. Pero ya basta de recordar esas décadas iniciales de este siglo que ya terminó, o ya casi termina. Bienvenidos, ya mismo o en un par de meses, al siglo veintidós; veintiuno, fuiste el rey de los humos.