La semana pasada vi una película llamada Más allá de la Luna (Over the Moon) para escribir la crítica para La Nación. Me pareció mala, malísima, de lo peor que he visto de esa variante animada hecha con los tan contagiosos y facilistas modos globales impersonales que apelan al mínimo común denominador en términos de narrativa, y de exposición cargada de didactismo que anula la imaginación o cualquier tipo de misterio.
La crítica es esta: link aquí.
Una persona comentó la crítica y entre otras cosas apuntó que “mi crítica hacia ‘esta nota’ es que no está hecha por un Niño... carece de validez desde la mirada de un adulto”. Les dejo a ustedes las posibles interpretaciones de poner niño con mayúscula. Me permito quedarme con la sólida objeción acerca de la carencia de validez y -debido a esta iluminación- pasaré a no escribir nunca más sobre películas "para niños". Eh, no, mentira: hay que seguir resistiendo ante el cualunquismo ofendido, y también, como siempre, habrá que seguir intentando que no se subestime a los niños y que no se los convierta en mayores tiranos, o en tiranos mayores.
“Usted dice que esta película es mala / Flaco, vos decís que está película es mala / Vos, crítico resentido, decís que esta película es mala... ¡PERO MI NENE SE EMOCIONÓ Y ME PIDIÓ VERLA DE VUELTA!”. En fin, ya François Truffaut en Las películas de mi vida decía que todo el mundo tenía dos profesiones: la propia y la de crítico de cine, y que dado que el cine es -o era- un arte popular de extraordinaria llegada, en los medios nadie se animaba a contradecir al crítico de música o de artes visuales pero todo el mundo se sentía con derecho a invalidar la posición del crítico de cine. Invalidar, amonestar, cagar a tomatazos, reaccionar de forma ofendida… y no discutir. La posibilidad de discutir, de ampliar la argumentación, es uno de los objetivos de cualquier intervención crítica. Sin embargo las reacciones ofendidas, epidérmicas, superficiales y que uno imagina gritonas quizás se deban a fallas a la hora de comunicar de cualquiera de las partes.
La saga de enojos siguió: uno en Twitter le pidió (?) a La Nación (?) que cuando se trate de películas así (¿así de malas?) busquen a alguien que tenga sentimientos y corazón y no como yo, que parece que no los tengo. La ofensa plus ultra ante una crítica que dice que una película es mala “¡PERO A MÍ Y A MI SOBRINA QUE ESTÁ ENCERRADA EN CASA HACE OCHO MESES NOS HIZO LLORAR!”. Yo no me meto con los sentimientos ajenos pero sí puedo hablar de los propios, como por ejemplo recordar esa vez que estaba indignado ante lo mala que era Armageddon de Michael Bay mientras sentía que lágrimas corrían por mis mejillas durante las secuencias finales. Y a la indignación ante una película pésima sumaba la indignación de la reacción pavloviana de mis emociones y mis glándulas lagrimales. Como decía Pauline Kael sobre La novicia rebelde en Kiss Kiss Bang Bang: “Cuando el padre despiadado ve la luz y dice: ‘¿Trajiste de nuevo la música a casa?’, ¿quién puede contener la emoción? Es el mismo impacto que conmueve nuestras fibras más íntimas cuando Lassie regresa a casa, o cuando la heroína ciega divisa la luz por primera vez; es una simple variante de esa oleada de emoción que nos invade cuando un niño se reúne con sus padres. Es una reacción básica y probablemente son pocos los que no reaccionan, pero es el tipo de emoción más fácil, y quizás más primitivo, que podemos sentir. Los peores tiranos de la historia, los proveedores más cínicos de la cultura de masas responden a este nivel y se sienten muy satisfechos al comprobar que son realmente tiernos y compasivos porque reaccionan de ese modo. Esta clase de respuesta tiene tan poco que ver con los sentimientos generosos como la emoción que despierta en nosotros la música de una banda con el patriotismo.”
El cine, no es ninguna novedad, tiene la capacidad de sensibilizarnos con mucha velocidad e intensidad: en una sala oscura y frente a una gran pantalla, la aceleración en pocos segundos de cero a diez lágrimas es moneda corriente para quienes tenemos la capacidad -a veces exagerada- de llorar en el cine. La oración precedente es parte de una nota llamada “Con qué lloramos en el cine” que escribí hace siete años: link aquí. Lean y discutimos, si tienen ganas y si tenemos tiempo. Me queda para la próxima intentar responder a alguien que en Facebook me preguntaba de buenas maneras por qué yo escribía de algo que no me gustaba como Borat y también responderle -o seguir respondiéndole- a Karina Gao (@monpetitglouton en su exitosa cuenta de Instagram), que estuvo comentando mi poco exitosa crítica de la muy exitosa Más allá de la luna. Adelanto que con una de sus recetas hicimos unas muy exitosas medialunas (ver fotos), pero sus opiniones acerca de mi crítica de Más allá de la luna (conexión lunar, a fin de cuentas) me impulsan a anotar en mis aclaraciones y explicaciones pendientes para la segunda parte de este texto las diferencias ya no entre crítica y reseña (acá pueden leer sobre eso y más: link aquí) sino sobre los muy probables abismos que separan las actividades, las tradiciones y las realidades de los influencers y las de los críticos. Hasta luego.