La interacción entre la crítica y los lectores tiende a desaparecer. No en su formato veloz de comentarios iracundos sobre lo escrito sino en el paso número uno, ese momento -ya a estas alturas mítico, legendario, unicornio- de la lectura. Los lectores del barrio -y del centro- van a desaparecer, pero los dinosaurios y los dinodiarios ya desaparecieron. Los diarios ya no son los que eran, y los que eran eran mejor de lo que son hoy.
El click está matando -quizás ya las mató- a las noticias de verdad, que ya venían heridas desde antes (al respecto puede leerse todo esto, sobre todo la parte acerca de Anchorman: link). Al no haber noticias -o, mejor dicho, al estar más bien relegadas a lugares recónditos a los que cada vez menos gente accede, por pereza, falta de costumbre o todo junto- la comprensión de la definición de noticia relevante se vuelve, también, animal mitológico. Y si no se sabe qué es una noticia importante para la formación de opinión reflexiva, o por qué antes importaba leerlas y estar informado -que no es lo mismo que comentar el porcentaje de photoshop del culo de alguien, o de algo-, menos que menos se sabrá qué es una crítica, ese género que algunos insisten en confundir con reseña. Sin embargo, ya estamos llegando al momento de añorar esa confusión clásica y pertinaz entre reseña y crítica, porque a lo que nos enfrentamos ahora es a la ofensa ante la crítica pero ya no porque se trate de un texto mal escrito, o finiquitado en esos modos tantas veces atolondrados del “trabajador de los medios ansioso por salir con la primicia”: la novedad es ofenderse ante una crítica porque la crítica no se parece al formato comunicativo optimista, positivo, “de siempre sumar” de los “influencers”, de los que están haciendo la fila para ser “influencers” y de los que están cursando en la Universidad Intergaláctica del Hashtag. El “influencer” cuando “influencerea” -qué feo es este mundo lleno de neologismos feos- no hace crítica. Los “influencers” en general no hacen crítica, aunque quizás esa intersección no redunde en un conjunto del todo vacío.
El influencer -pongan las comillas mentalmente por favor- es alguien que recomienda, que impulsa el consumo de algo, es alguien que PIENSA EN POSITIVO, JAVIER, SIEMPRE SUMAR, SIEMPRE SUMAR, APORTAR, SUMAAAR. No es alguien que va a urdir un texto, a tramar un artículo en contra de una película o de otra cosa. NO, JAVIER. NO. ¿El influencer recomienda cosas que no le gustan? Pero yo qué sé, quizás no, quizás le guste todo lo que recomienda. ¿Le sirve recomendar más cosas que menos cosas? Respondan a voluntad. Cuando uno ve una película, o lee un libro, o prueba un postre pone en juego sus gustos, su formación y su personalidad. Y LA PERSONALIDAD DE LOS INFLUENCERS TIENDE A LO POSITIVO, A SUMAR. A LAS SONRISAS, A LOS BUENOS SENTIMIENTOS, A SUMAR, COMO LA NOTICIA DE LA JIRAFITA QUE NACIÓ -TODA CHIQUITA PORQUE ES BEBÉ- QUE OCUPA LA MITAD DEL NOTICIERO. SUMAR, JAVIER, SUMAR. ¿Por qué escribís de algo que sabés que no te va a gustar? Y, no sé, quizás no lo sabía, quizás finalmente me gustaba al leerlo, al verlo, al interactuar con la cosa en cuestión. Pero... si no te gustó, ¿para qué escribís? Porque no estoy actuando de influencer, estoy actuando de crítico. Las respuestas a muchas preguntas planteadas acá y las nociones de disfraz, de máscara, de crítica y de Oscar Wilde están flotando en el viento… o googleen, que esa es una habilidad muy de ahora y yo ya escribí algunos textos sobre estos asuntos. Textos, de esos de escribir y leer.