Hace unos días me invitaron a participar en la encuesta de lo mejor del cine del año en IndieWire. Mi respuesta fue: “creo que no es lógico votar este año. Las salas de cine se están muriendo, en parte porque los críticos están actuando ‘normalidad’ frente a este desastre.” El cine ya venía en crisis, y los devenires del año 2020 y de lo que se avizora de 2021 nos enfrentan a una situación inédita por lo sombría. Estrenos postergados, estrenos modificados, estrenos achicados, rodajes inciertos, las probablemente muchas películashechasdesdeelencierro (ay) y hoy, mientras escribía este párrafo, llegó la noticia de la muerte de Kim Ki-duk.
El párrafo precedente terminó de una manera imprevista. Murió Kim Ki-duk, que nació en 1960, uno de los directores surcoreanos que formó parte del boom del cine de ese país a principio del siglo XX. Recordemos: había películas surcoreanas que circulaban por los festivales -que eran también fiestas en esos tiempos- y sorprendían al mundo. Y había también éxitos surcoreanos en Corea del Sur. A veces, incluso, se daban las dos circunstancias: películas con mucho público y que recorrían el mundo de los festivales. Y a veces hasta se estrenaban en salas de cine de otros países, en salas en las que había hasta gente. En cines que hasta se llenaban un sábado a la noche para ver Hierro-3. En salas en las que permanecían, con éxito durante muchas semanas, películas como Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera.
La primera película de Kim Ki-duk que vi, como muchos otros aquí en Argentina, fue La isla en 2001, en el Bafici. Una película azul, acuática, contundente, una película aislada. Una película que se cortaba sola, que lastimaba, que perturbaba, que conmocionaba. Uno no era el mismo luego de ver La isla, ni luego de ver Hierro-3 u otras películas de Kim Ki-duk. Había en su cine una tristeza y un desasosiego a los que se llegaba por caminos nada previsibles, siempre personales, nunca con miedo a la intensidad.
El 30 de junio de 2006 yo estaba en Karlovy Vary, para el festival; había organizado el viaje para llegar tranquilo a la inauguración, y de hecho había llegado con dos de antelación a Praga. En Praga me había enterado de la muerte de Fabián Bielinsky (28 de junio), una de las muertes del mundo del cine que más me entristecieron en toda mi vida. Y el 30, justo antes de la función inaugural de Karlovy Vary jugaron Argentina y Alemania los cuartos de final del mundial que se jugaba ahí cerca de donde yo estaba. Y Argentina perdió por penales y fue uno de los dos o tres eventos deportivos que más me entristecieron en toda mi vida. Y después de eso fui a ver Time de Kim Ki-duk, que abría el festival en premiere mundial y la recuerdo, claro, como una película de especial tristeza. Las tristezas se me habían sumado y, de alguna manera, Kim potenciaba todo con su mirada extrañada acerca de la existencia humana, o de esa existencia que le llamaba la atención, que captaba su ojo violento, triste, terminal.
Y reviso la carrera de Kim Ki-duk y al pensar en Hierro-3 recuerdo que quedé tan deslumbrado y estupefacto que creo que nunca quise, o nunca pude, o nunca supe, escribir algo sobre la película, aunque quizás lo haya hecho y se haya vuelto ingoogleable porque quizás solo esté en algún papel desconectado. Pero busco entre los papeles algo más que haya quedado fuera de internet y encuentro algo que escribí sobre mi favorita de todas las de Kim, Bad Guy:
“Luego de La isla (2000) y Address Unknown (2001), Bad Guy aparecía casi demasiado pronto. Pero, sin más explicaciones y con una violenta potencia estilística, KKD expone -colgando cada plano con un juego de colores cercano a Matisse- esta obra maestra de amour fou. Más allá de filmar una relación imposible por la impotencia de ambas puntas (el malo del título con su deseo mudo, inútil y destructivo, y la chica siempre ajena a su propio cuerpo), KKD logra registrar la desesperación de su propia mirada, sin apelar a ningún tipo de distanciamiento, entregando así una película devoradora.”
No sé si me reconozco en ese texto, pero así fueron escritas las cosas. Y no sé si podremos en estos días que se vienen reconocer, avizorar alguna vez sorpresas como las que nos trajo encontrarnos con Kim Ki-duk, pero así son las cosas, así de mal están las cosas.