Palombella rossa, la película de Nanni Moretti del año 1989, la del partido de water-polo que parece durar un día entero, o quizás más (no, no es que la película se “haga larga”). Palombella rossa, una de las mejores películas de la historia y de la Historia, en la que Michele Apicella -dirigente comunista y jugador de water-polo- pierde la memoria y parte en busca de ella y de muchas cosas más. Palombella rossa, en la que dos canciones -“I’m on Fire” de de Bruce Springsteen y “E ti vengo a cercare” de Franco Battiato- paralizan el partido y hacen que cante todo el estadio. O todos los presentes en el estadio. En Palombella rossa se repiten las consignas, las indicaciones tácticas, los gritos de enojo, los “¿ti ricordi?”. 

Palombella rossa es una película expresiva sobre las expresiones. Las palabras se repiten, se piensan, se discuten, se critican, son definitorias. Las palabras son acciones, son políticas y son política, son determinantes. Y no se discuten sólo las ideas sino, y sobre todo, la forma que éstas adoptan en el lenguaje. Luego de pegarle a un adversario que le dice “este no es un deporte para señoritas”, Michele grita “no es la sustancia de lo que me dijo, es la expresión lo fastidioso”. Y las expresiones tilingas de la periodista que habla -suponemos- con las formas de moda en el periodismo italiano de fines de los ochenta reciben el furibundo cachetazo de Michele (hoy sentimos que están a punto de prohibir esas cosas en las ficciones: no pegar, no matar, no ofender, no hacer chistes, no cagar, pero váyanse a cagar).

Uno termina de volver a ver Palombella rossa y siente que hay -o había hace 30 años- una resistencia a la tontería de los medios de comunicación, al menos desde el cine, o desde el mejor cine (el cine que era cine, sin tantas etiquetas, y nadie decía “pochoclero”). Hoy hay menos cine, menos cines, menos potencia artística, menos grandes directores, y mucha, muchísima más tontería en los medios, esos agentes fundamentales del desastre en el que estamos inmersos. Si el periodismo era objeto de la furia de Michele a fines de los ochenta, las acciones de los medios hoy en día lo harían entrar en combustión espontánea. Basta, medios. Basta, periodistas. (Sí, de acuerdo, no todos sino la mayoría, la abrumadora mayoría, casi todos, con algunas honrosas y heroicas excepciones). Están haciendo cretinadas que vaya uno a saber si van a recibir el justo castigo, si van a ser juzgadas como lo que son por la historia. Pero eso no debería importar: no sé cómo hacen para dormir ahora mismo, para no sentirse unos imbéciles y unos indignos. Meten miedo, tienen miedo, están en los miedos, en los medios. Estos trabajadores considerados “esenciales” -otro día hablaremos de esa noción, de esa abominación- publican notas “interactivas” o como mierda las llamen de “chances de cruzarse con un infectado en las fiestas” y titulan de formas imprecisas y esquivas, y lo que queda afuera es el centro de la información. Lo que se favorece es la proliferación del miedo, la insistencia en generar locura, el caso por encima de cualquier lógica estadística, la falta de contexto, las formas estúpidas que repiten una y otra vez: “rompió el silencio”, “calentó las redes”, “en plena pandemia”... Los medios -sí, su señoría, la mayoría- están dando sobradas muestras de estar entre los mayores agentes de la decadencia de este occidente que ha perdido vitalidad mientras -tácitamente- parte del supuesto de que la gente es inmortal. Les diría que hagan click en algún lado para develar el misterio de si somos o no inmortales, pero no tengo ganas de romper el silencio sobre el tema.