Hace poco más de un año, al regresar del festival de Berlín, todavía no sabíamos que ese evento iba a ser recordado como el último gran festival justo antes de las convulsiones mundiales y miméticas que cambiaron nuestros hábitos. Poco después, South By Southwest de Austin, Texas, Estados Unidos, se cancelaría aunque tendría algún tipo de existencia parcial en algunas formas digitales veloz y eficazmente improvisadas. El Bafici 2020, planeado para abril, no pudo ser. Tampoco pudo ser Cannes en mayo, y lo mismo les pasó a muchos otros festivales. Algunos (Venecia, San Sebastián) intentaron celebrar sus ediciones lo más parecido a lo que solían hacerlo, pero ni ellos, ni el cine y los festivales y su público eran los mismos. Muchos festivales y muestras se concentraron en programaciones on line y tuvieron versiones reducidas, distintas, para un año abrumadoramente distinto, impensado, para mucha gente trágico por diversos motivos y con consecuencias que están lejos de haber llegado a su fin.

El cine se estacionó en los hogares. El cine pasó a ser un consumo en el que el encuentro con el otro, el desconocido, el compañero de función que se ríe al unísono, se había terminado. Las películas se veían en casa, con la gente con la que se compartía el hogar o en soledad (y algunos las comentaban profusamente por las así llamadas redes sociales). Muchos pudieron ver o rever clásicos y se pusieron al día con deudas cinéfilas. Otros estábamos ocupados con un parto, ocurrido en un día que hubiera sido una jornada cercana al final del Bafici que no fue.

A partir de marzo de 2020 los festivales dejaron de ser lo que eran, pero quizás ya no estaban siendo lo que habían sido, ya no sorprendían, habían perdido frescura y reflejos y cargaban con una previsibilidad equiparable con la de la cartelera de tanques de superhéroes y aledaños. En lugar de señalar lo que estaba fuera del alcance, fuera del radar, lo anómalo, muchos festivales habían decidido ser una combinación, un megamix a posteriori, de los festivales más famosos, una compilación antes que un nuevo álbum.

Es obvio de toda obviedad que el cine ha vivido un cimbronazo tremendo, y es cierto que antes de 2020 estaba sumido en una crisis que casi no se nombraba pero que era palpable, notoria, acuciante. El cine siempre necesitó del público y esa conexión se estaba erosionando. Las películas necesitaban y necesitan llegar a la gente para completar su recorrido vital y el cine se estaba dividiendo -segregando- cada vez más en dos modelos de exhibición: el de los tanques de lanzamiento gigantesco que se quedaban con toda la recaudación y por otro lado el cine de recorrido por los festivales para “los profesionales” y un público reducido, cada vez más reducido y sin renovación. El espectador curioso, intrépido, interesado en explorar la variedad del cine pero ajeno al circo ambulante de los festivales, empezaba a ser, cada vez más, una rareza.

El Bafici, un evento de películas y también de experiencias más allá de ellas pero con ellas como base, como eje, vuelve luego del hecho inédito de estar ausente un año por primera vez en su historia. Nos disponemos a volver al Bafici, al cine, a las pantallas o a las películas, como sea que nos lleguen o lleguemos a ellas. Nos preparamos para un festival renovado, lo que implica seguir su tradición de no detenerse ni quedarse fijado en modelos ya probados. Tenemos para ustedes un menú tan diverso y sorprendente que la idea paródica -un tanto gastada- de “película Bafici” como algo homogéneo y previsible, si bien nunca tuvo un correlato real infalible, hoy se vuelve un prejuicio aún más vetusto y aún más vaciado de gracia. Desde mi rol de director artístico puedo decirles que el Bafici 2021, en su edición número 22, apuesta por la permanencia de la magia de las películas, del cine, con duraciones disímiles y orígenes especialmente variados, con los temas y los enfoques más diversos. Un cine diverso para un mundo distinto, una nueva realidad que las películas van a explorar con las armas del cine, un cine inserto en un mundo que no se parece al que solíamos frecuentar hasta principios de 2020, cuando volvíamos de Berlín.