En “Los árboles de Coronel Díaz y el año 2000”, columna publicada en Confirmado el 30 de noviembre de 1967, Sara Gallardo escribía acerca de las expectativas y proyecciones que suscitaba en ese entonces el año 2000, es decir, el momento que llegaría 33 años, todo un Cristo, después de su columna. Voy a citar a Sara. Sara, el mismo nombre que la señora de 83 años que quiso tomar sol en abril del año pasado y fue ¡reprimida!, y casi logra que le pongamos Sara a nuestra hija nacida dos días después de su memorable acto de resistencia ante el estúpido e interminable zeitgeist. ¡Y también teníamos a Sarah Connor!
Sigamos con Sara, volvamos a Sara Gallardo en 1967 en Confirmado, de cuando el periodismo era mucho mejor: “En París existe un proyecto llamado Futuribles, dirigido por Bertrand de Jouvenel; en Inglaterra se organizó el Comité de los Próximos Treinta Años, creado por el Consejo Inglés de Investigación de la Ciencia Social. En Estados Unidos, la Academia Norteamericana fundó la Comisión del Año 2000, dirigida por el profesor Daniel Bell, y acaba de dedicar el número completo de su publicación Daedalus para hacer conocer sus trabajos durante su primer año de vida.”
Cité con exactitud, y por eso dejé tal como estaba “Academia Norteamericana”, pero lo correcto habría sido poner “Academia Americana”. Pero bueno, los usos y costumbres de ayer y de hoy siguen haciendo que haya gente que nombre a Estados Unidos de América como “Estados Unidos de Norteamérica”. Una de esas precisiones imprecisas, porque aclaran y oscurecen que “América somos todos los americanos”. En fin, entonces, para ser más “precisos”, habría que decir “Estados Unidos del medio de Norteamérica”, para que se entienda que Canadá y México, que también son Norteamérica, están arriba y abajo. Pero claro, recordemos que está más allá el Estado de Alaska. Una referencia geográfica que andá a saber cuánta gente la entiende, porque el conocimiento geográfico básico también ha pasado de moda. El país es Estados Unidos de América. América, como el continente. Hay un país y un continente. Y hay Buenos Aires una ciudad y Buenos Aires una provincia. Y hay banco de la plaza y banco de los que asaltan, y yo te banco si te asalta la duda, pero dejen de asaltar al lenguaje y a los mapas, y abandonen un rato la calculadora y hagan alguna suma sencilla por día, que se están convirtiendo en opas.
Sigamos con Sara, volvamos a Sara en 1967: “¿Cuál será el lujo más grande del año dos mil, siempre según la Comisión? La posibilidad de vida privada de un individuo. El ciudadano de tal fecha estará bajo vigilancia constante: de fotografía a larga distancia, micrófonos escondidos, circuitos cerrados de televisión, líneas telefónicas intervenidas y mil otros instrumentos electrónicos. La tecnología habrá vuelto estos chiches adquiribles para los particulares. Desde las grandes empresas (con interés comercial por la vida privada de sus empleados), hasta las compañías de seguros (ansiosas por saber el estado de salud de sus clientes), pasando por hombres y mujeres a la caza de causales de divorcio, todo será motivo para que cada suspiro, estornudo o imprecación quede registrado para siempre. Y algo más, que también prevé la Comisión: toda la información recogida por estos medios será grabada, centralmente reunida, analizada y puesta a disposición inmediata y fácil de cualquiera que pueda estar interesado en utilizarla. Los individuos estarán expuestos como nunca a estas formas de intrusión, y otros encontrarán sencillo ponerlas en práctica, por la continua y rápida declinación de tres de las instituciones con las cuales el hombre en el pasado defendía su vida privada: la decadencia de la familia, la decadencia de la religión y la decadencia del hábito de la lectura.”
Yo cito eso que citaba o resumía -en 1967- Sara Gallardo de los informes de esa Comisión acerca de cómo sería el 2000. Quizás sus predicciones hayan acertado plenamente ahora, un par de décadas después del número redondo. La lucidez para pronosticar no siempre emboca con precisión el año de los pronósticos, pero todo llega (bah, no todo). Así las cosas, no hubo que esperar hasta 2505 para vivir en el mundo descrito por La idiocracia (Mike Judge, 2006). Y sí, seguimos hablando de La idiocracia, y de 1984 (el libro de George Orwell, no la película de Michael Radford). Hay mucha gente ya hablando lo más contenta y estólida la neolengua, usando la misma terminología, babeando y babeando y mirando series y cocinando cosas. Les dicen que hay que decir “vectores de contagio” pronunciando mucho la “c” y van y lo dicen nomás. O lo dijeron unos meses, pero después ya no estaba más de moda decirlo así que dijeron otra cosa. Habría que encontrar algún antídoto contra todo esto, que quizás tenga que incluir recordar La idiocracia, Misión: Imposible 2 y 1984. Y practicar las operaciones aritméticas básicas.