En un momento de Cry Macho, el viejo Mike Milo (Clint Eastwood) le dice al adolescente Rafo (Eduardo Minett) que “le está empezando a tomar aprecio”. Ese momento, que en cualquier otra película sutil, estoica, noble podría haberse resuelto con una mirada, un gesto, un silencio sobreentendido, se hace explícito, se hace tosco, se hace anti cine de Eastwood, se hace televisivo, se hace torpe, se hace desdeñoso con el cine, con las emociones perdurables. A los pocos minutos de empezar a ver Cry Macho uno -yo- quiere que se termine: no hay esperanzas, y duele. Cry Macho es un golpe al corazón, y duele. Uno recuerda a Richard Jewell, la película inmediatamente anterior y la mejor estrenada en 2020, y duele.

No soy fan –lo confieso una vez más– de nada. En muy pocas ocasiones he esperado más de media hora en una fila para entrar a un concierto o para sacar alguna entrada, no me importa ser el primero en ver una película nueva, no me desvela que esté por salir la continuación de un libro ni que se venga el último capítulo de una serie. Ya llegarán los libros, las películas, las canciones, y la primicia me importa poco. No fui a las privadas de Cry Macho de Clint Eastwood, ni fui el día del estreno, ni fui a la primera semana de exhibición. Y eso que casi todas las películas de Eastwood posteriores a Río místico han estado entre mis favoritas del año, ocho de sus películas del siglo XX han sido las mejores de las que vi en ocho años distintos y seis de esas ocho fueron las seis inmediatamente anteriores a Cry Macho (El caso de Richard Jewell, La mula, 15:17 Tren a París, Sully: hazaña en el Hudson, Francotirador, Jersey Boys). Aún así, no fui corriendo a ver Cry Macho.

Y al verla llegó el golpe al corazón. El golpe al corazón llegó cuando llegó, y fue fuerte, doloroso: Cry Macho es la peor película de la carrera de Clint Eastwood, como si el absurdo de detener el mundo por un virus le hubiera pegado mal al mejor director vivo y le hubiera quitado -o retirado temporalmente- el talento. Frente al Guerrero solitario pude haber tenido molestias por el enfoque, por la posición política, por lo que fuera, pero había en esa película bélica y tropical cierta fuerza, un cobertor metálico de decisión. Río místico me provocó y me provoca rechazo pero desde enfrentarme a una estética convencida, a una apuesta por un cine que no casaba bien con Eastwood pero que decididamente era potente. Cry Macho no es nada de eso: es, por primera vez, una película de Eastwood a la que le cuesta caminar, ya no correr. Y duele. Duelen sus diálogos eternos, crasos, obvios y explicativos. Duele su falta de fluidez en el montaje, que propone con demasiada frecuencia cortes que se ejecutan demasiado antes o demasiado después. Duelen las apariciones de personajes secundarios como si fueran Droopys inanimados: nadie -bueno, tal vez el Eastwood anterior a esta película- puede dotar de ánima a personajes tan mal trazados y tan mal ejecutados (¿no hubo retomas para solucionar gestos ostensiblemente acartonados y mal actuados? ¿fue por algún “protocolo”?). Duele notar cómo están los temas y el cine de Eastwood revoleados en su peor película -están los ecos muertos de La mula, de Un mundo perfecto, de Gran Torino, de Los puentes de Madison-, pero todo en una bruma mental y cinematográfica que sigue doliendo (para peor, la muy buena película de su discípulo Robert Lorenz, estrenada este año, trata un tema muy similar). Por supuesto que, como todo gran cineasta -de los fundamentales- Eastwood puede obtener el beneficio de la duda y que todas las torpezas sean vistas en aras de una grandeza tal vez oculta, con algunos guiños en diálogos (el del “macho”) que podrían, con esfuerzos y piruetas, abonar la teoría -las ganas- de que esta sea en realidad una película astuta y que su juego sea un poco escondedor, que no simplemente lo tosca, incontinente y desangelada que es y que transmite de forma muy inmediata, contundente y evidente. Pero no creo que haya mucho de maestría escondida en Cry Macho; más bien creo que hay una maestría pasada que supimos reverenciar con toda justicia y que ahora está ausente. Lo que sí tiendo a creer es que ese final, así iluminado, así aislado, así bailando, así con un gallo cantando, así las letras de los créditos, tal vez sean el epitafio del cine del maestro. Sin embargo, me duele tanto Cry Macho que -si es la película final, como parece indicar ese cierre que ojalá sea prontamente desmentido- la última película de Eastwood siempre será para mí Richard Jewell, así como la última de Casavettes es Torrentes de amor.