En la competencia de la Seminci -o el festival de cine de Valladolid, dicho con menor precisión pero con mayor comunicabilidad; o sea peor dicho- había dos películas nórdicas que habían pasado por la competencia de Cannes: la mayormente noruega The Worst Person in the World de Joachim Trier y la mayormente finlandesa Compartiment No. 6 de Juho Kuosmanen. Las dos son películas inmediatamente atractivas y nos dicen algo sobre los caminos que toma el cine contemporáneo, o que dice que está tomando, o que algunos nos enteramos de que está tomando. Estas películas se dan por estos días de fines de noviembre y principios de diciembre en la Semana de Cannes en el Gaumont, una función cada una. Son de esas películas que cuando el cine y su llegada al público eran mejores, más saludables, más vitales, se estrenaban y eran comentadas por círculos más amplios que en los que suelen quedar circulando hoy. Quizás una o las dos se estrenen, la esperanza es lo último que se pierde, aunque los psicópatas intentan que la perdamos antes.

The Worst Person in the World es una película de explícita -dicha- vibración emotiva, pero de vibración emotiva siempre con el resguardo de la distancia. Es la historia en cancheros capítulos de Julie y otros personajes. Vemos los devaneos sentimentales de Julie pero no alcanzamos a conectar de verdad con sus alegrías y tristezas. Hay en esta película, ya desde el mismo título, una pátina de cinismo, una “distancia de seguridad”. Es en el personaje de Aksel, interpretado por Anders Danielsen Lie, en donde parece estar alojada la mirada del director Trier, que parece enojado con el mundo, con este mundo, con este mundo anémico y psicópata de hoy. En una pirueta astuta, mediante el personaje de Aksel se queja de la cultura de la cancelación -especialmente en una escena de entrevista de altísima violencia censora- mientras hace una película protagonizada por una mujer de complicada proyección empática. Queda en duda si todo esto no es un disfraz para seguir haciendo un cine de tintes misóginos como el de Reprise -también protagonizada por Anders Danielsen Lie y también co guionada junto a Eskil Vogt- pero ahora con una mujer -actuada con filosa eficacia, casi con gélida perfidia actoral, por Renate Reinsve- al frente de la narración. Trier es un director que sabe acomodarse a los tiempos con la suficiente astucia como para traficar su enojo, como para vender con atractivos gato por liebre. En el camino pierde ingenuidad, pierde generosidad, pierde quizás definitivamente las chances de acercarse al mundo de Nick Hornby -estaba más cerca de eso en Reprise, más tosca y menos pérfida- y The Worst Person in the World seguirá ganando premios a pesar de la imperdonable -por tosca, por desdeñosa una vez más con su personaje principal -escena casi final de la ducha.

La otra película nórdica, la del finlandés Juho Kuosmanen (el de The Happiest Day in the Life of Olli Mäki) es una de esas que crecen al verla y siguen creciendo en la memoria. Una película grande por grandeza, por generosidad, porque los personajes se conocen y cambian, pero cambian desde una base de personajes y no de marionetas llevadas. Esta chica finlandesa en viaje por Rusia y este chico ruso con el que se encuentra -casi que choca- en el camarote del tren hacen de su relación un centro en movimiento, tal vez un punto de llegada pero con trayecto incierto. Esta es una train movie de gente que se reconoce a pesar de las espinas, que deja de lado las primeras impresiones, que sabe que construir una relación no es soplar y hacer botellas. Y la película sabe que contar una relación así no debe ser algo maquínico, que debe haber humor, calidez, riesgo, y una asombrosa abundancia de momentos en los que las lágrimas y las risas pueden ser acontecimientos cargados de épica. La generosa Compartiment No. 9 confía en sus personajes, y lo bien que hace. Viene a la memoria Mejor solo que mal acompañado de John Hughes en formato finés y ruso, o de un viaje de una finesa en Rusia: esta es una película sobre el movimiento, sobre el cambio, sobre la posibilidad de perderse y explorar, tal vez por eso tenga que situarse en el pasado y no en el presente de los psicópatas. La película fluye con ese andar noble de los trenes, con ese andar de la narración convencida y convincente, con un final en el que la aventura que ha sido todo el viaje se vuelve exponencialmente embriagadora, en un ambiente que parece imposible de filmarse pero que se logra, que se concreta, que se hace sin miedo. Una película con corazón, con música, con mugre, con necesidades, llena de personalidad. Una película para volver a ver. Una película linda.

Esas dos películas, repito, las vi en Valladolid. Luego estuve en el festival de Sevilla y vi otras que no son el objeto de esta columna. Eso sí, en dos funciones a las que asistí había una persona encargada de controlar -durante la proyección, insistentemente- que los espectadores tuvieran “bien puesto el barbijo” o, en términos de España, “correctamente colocada la mascarilla”. Esto redundaba en que la persona del control, la “patrulla sanitaria” unipersonal, pasaba una y otra vez por el pasillo central mirando y haciendo gestos ostensibles, reprimiendo a algún excepcional desbarbijado o a los más frecuentes defectuosamente embarbijados. Ninguna película merece que la bastardeen así, que rompan tanto la relación del espectador -así sea el peor espectador del mundo- con la pantalla. Una vez más: paren, psicópatas.