El pasado jueves 16 se cumplieron treinta años -tres decenas de años- de la aparición del primer número de la revista El Amante. En diciembre de 1991 yo tenía 18 años y recién había terminado el colegio secundario. Mi vida iba a cambiar abruptamente y para mal un par de meses después, apenas comenzado 1992. A la revista no la conocí en esos momentos, en ese verano. Recién la conocí en el invierno de 1993, justo antes de cumplir los 20. Cinco años después, en el invierno de 1998, me ponía a escribir una crítica de un estreno de ese año, una crítica de muchos caracteres sobre Boogie Nights de Paul Thomas Anderson en la que, entre otras cosas, mencionaba a los caramelos “palitos de la selva”. Y la mandé al concurso “Quiero escribir en El Amante”.

Al concurso en cuestión, con ese título que tan claramente expresaba mis deseos, convocaron en el número 75 -tapa Carne trémula, aunque ni se notaba porque el diseño estaba “modernizado”- de mayo de 1998, y había tiempo para entregar hasta el 10 de julio. Cuando salió el número posterior al cierre del concurso fui al kiosco con adrenalina -aún sabiendo que las chances de ganar eran pocas- pero los resultados todavía no estaban. En la página 1, al lado del staff al que yo quería pertenecer desde hacía cinco años, decía: “recibimos muchas respuestas al concurso de críticas ‘Quiero escribir en El Amante’. Les agradecemos a todos los participantes y les anunciamos que el mes próximo aparecerá el ganador.” A esperar, entonces. El número siguiente fue el de Jackie Brown en tapa, que acá se llamó Triple traición. Compré el número con extraordinaria agitación, y en la página 1, al lado del staff, decía “concurso” en negrita. ¿Estaban los resultados? Pues no: “Debido a las numerosas cartas recibidas, los ganadores del concurso ‘Quiero escribir en El Amante’ se darán a conocer en el próximo número. Sepan disculpar.” Más suspenso, más espera, más semanas antes de sentir el más que probable peso de la derrota. Sin embargo, había habido un cambio en lo que se decía: habían pasado a hablar de “los ganadores”. Si había un plural, había más chances. Y llegó el número 79, el número de octubre, el número con Rescatando al soldado Ryan en la tapa. Había cambiado el diseño de la página 1 de la revista y había cuatro columnas de texto en la parte superior de la página. La tercera era “El concurso”. Y decía así: “Finalmente, logramos leer las sesenta críticas que participaron del concurso ‘Quiero escribir en El Amante’. Lo que no conseguimos fue decidirnos por una. En un conjunto de notable calidad y variedad, las ganadoras fueron cuatro: las de Analía Farjat (Mi vida en rosa), Mariel Manrique (La mujer del puerto), Javier Porta Fouz (Boogie Nights) y Juan Manuel Villegas (Un argentino en Nueva York).” Dos meses después, en el número 81 y luego de una entrevista con los directores de El Amante, empecé a escribir en la revista como parte del staff de colaboradores.

La primera crítica que me asignaron fue la de Una luz en el corazón (Afterglow, de Alan Rudolph), y el final de la crítica escribí esto: “Cuando Phylis y Lucky van a un bar, unas chicas de un equipo deportivo están sentadas atrás, y en sus camisetas se ven claramente estos números: 16, 14, 15 (número más grande, más chico y mediano, en ese orden). Si sumamos (1+6) + (1+4) + (1+5) da 18, y 1+8 da 9. La habitación de Jeffrey en un hotel es la 918 (grande, chico, mediano). Si sumamos 9+1+8 da 18, y 1+8 da 9. Habría que ver si esta estúpida coincidencia es solo eso o si está hecha a propósito y pretende significar algo. Por el bien del cine de Rudolph, esperemos que solo sea un detalle al que un cronista demasiado susceptible y paranoico le prestó indebida atención.” No solamente me publicaron la crítica sino que tampoco me echaron en ese mismo instante. De hecho, en la siguiente reunión de redacción Gustavo Noriega me dijo algo así como “lo que escribiste es bien de demente, bienvenido a la revista”. Leído ahora, lo que más me maravilla es que hayan existido las condiciones para que yo me haya animado a escribir eso y a presentarlo a la primera asignación que me hacían en el trabajo que más había soñado con tener. Es decir, El Amante era una maravilla de libertad, de ideas, de desafíos, de curiosidad, de crecimiento, un lugar que cambió para siempre lo que entendíamos por escritura sobre cine. Mucha gente ha tenido algún trabajo en particular que le ha cambiado la vida para siempre, pero no sé si tanta gente ha tenido uno que le cambiara tan radicalmente la vida como El Amante cambió la mía. Y fue un trabajo nacido de un concurso, de un concurso que fue evaluado por gente que afortunadamente sigue cerca de mi vida y con la que me comunico todos los días. Gente de la que sigo admirando su lucidez y su valentía -bueno, la lucidez probablemente les haya fallado cuando leyeron la crítica de Boogie Nights, pero nadie es perfecto- y que me honra con su amistad. Gracias Quintín, gracias Noriega, gracias El Amante. Y viva la resistencia.