Iba a escribir sobre Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson. Teníamos las entradas, teníamos el plan y finalmente no pudimos ir. Me dispuse entonces a ver The Tender Bar de George Clooney para escribir sobre ella en esta columna. Sin embargo, esta no será una columna sobre The Tender Bar. O lo será apenas, solo en parte. The Tender Bar empieza y a los pocos minutos la voz del protagonista dice “era el año 1973”.

Ah, me dije, otro director que tiene que ir al pasado para encontrar alguna clase de coordenada reconocible, que tiene que situar la acción décadas atrás para convencerse de narrar, para intentar seducir. Tiene que ir varias décadas atrás, casi medio siglo atrás. Los personajes fuman. Y no todos los diálogos parecen estar escritos por un comité anti ofensa de la ofensa de la ofensa del anti comité de la ofensa equilibrada de la ofensa. Y el valor de la educación está en el centro del relato, y esa centralidad se comparte en las distintas generaciones. Actúa Ben Affleck. También actúa Christopher Lloyd, Doc de Volver al futuro. Pero The Tender Bar no vuelve al futuro, vuelve al pasado. Y empieza en 1973. 

En la columna anterior escribí sobre Rifkin’s Festival, de Woody Allen, que transcurre en un festival de cine en el presente pero cuyo protagonista, desde el comienzo, afirma que los festivales de cine y el cine ya no son lo que supieron ser. Y a cada rato hay menciones y devociones hacia el cine del pasado, y hasta se recrean en formato de ensoñación películas de grandes directores casi todos muertos (el que sigue vivo cuyo cine es citado, Jean-Luc Godard, tiene más de 90 años). Allen, por su parte, tiene ochenta y seis. La película que más me gustó en 2021 fue La crónica francesa (The French Dispatch), de Wes Anderson. El cine de Wes Anderson, recuerdo, suele situar su acción en el pasado. The French Dispatch sitúa su acción en los cincuenta, en los sesenta y los setenta del siglo XX, en parte porque al hablar de periodismo es mejor no mirar este presente oprobioso, mayormente colaboracionista y acrítico, con periodistas enamorados de los “estados de excepción” sostenidos en el tiempo y ávidos por deteriorar el mundo mediante la insistencia en la inoculación de miedos y terrores. 

La película que no vi, todavía no vi, Licorice Pizza, a juzgar por las imágenes que vi, parece transcurrir en el pasado. No leí nada sobre la película, pero voy a IMDb a ver en qué año transcurre la acción. Y resulta que es en 1973. Los setenta, la gran década del cine americano según nos decía Pauline Kael. Los años del esplendor inicial de muchos grandes directores, de los renovadores de Hollywood. Y los años finales de unos cuantos grandes directores que venían del período clásico. Y esos fueron también los años de muchas películas de directores cuyos nombres no han quedado en la historia grande de la memoria del cine pero que cuando son vistas hoy revelan un saber hacer y un aire de época en el que todo era mejor para conseguir relatos cinematográficos encendidos, convencidos, convincentes. ¿Era mejor? No lo recuerdo, no lo puedo recordar, soy incapaz de recordarlo: yo cumplo cincuenta años, medio siglo, el año que viene, es decir, yo también empecé mi acción en 1973, como The Tender Bar y como Licorice Pizza. Me pongo a pensar en alguna película de la que haya escrito recientemente y cuya acción transcurra en el presente: ah, sí, Don’t Look Up de Adam McKay, que trata sobre el fin del mundo.