Terminó hace poco más de una semana la edición número 23 del BAFICI. O, como me gusta decirle a mí, la vigésimo tercera edición del BAFICI. Dirijo el festival desde la edición 2016, la décimo octava, y todos los años han sido especiales por diversos motivos: el principal, claro, es el hecho de… dirigir el festival de cine de la ciudad en donde vivo. Una de las ediciones -la de 2020- estaba lista y se canceló. Y la edición 2021 tuvo las limitaciones de sus tiempos y ánimos alterados… funciones y sedes separadas, espectadores separados, ausencia de invitados extranjeros y casi nada de las interacciones habituales de los festivales. Pero se sintió como una proeza y las películas pudieron estrenarse con público y con el marco de un festival.
En esta ocasión empezamos los preparativos pensando en cuánto se podría hacer en términos de volver a vivir un festival con ese ambiente encendido que supimos conocer en el Bafici hasta el 2019. Y se fueron sumando posibilidades, cines en un circuito céntrico que probó ser un acierto, e invitados internacionales con ganas de presentar sus películas y de poder conversar con un público entusiasta y ávido de novedades. Pudimos recuperar mucho, y eso no estaba tan claro ni parecía tan probable hace apenas algunos meses cuando se hablaba sin parar de “nuevas cepas” y parecía que el penoso coro que todavía no pidió perdón por los desastres que hizo volvía a la carga con pedidos de más y más restricciones. Apenas dos salas tuvieron limitada su capacidad -la sala 1 del complejo Gaumont y la Alianza, por eso se podían ver butacas vacías aunque varias funciones de esas salas figuraran como agotadas- y hubo muchas ocasiones para reunir a directores con público y no solamente en las películas: hubo masterclasses memorables y mucha gente nos agradeció la presencia de diversos invitados. Los jurados -once extranjeros de un total de quince- hicieron un trabajo admirable y trabaron lazos de esos que se daban en los festivales antes de todos los cierres y limitaciones que hemos sufrido -y de los que seguiremos sufriendo sus consecuencias- en estos dos años en los que buena parte del mundo -aunque no dan ganas de decirle “buena”- pareció rendirse ante la idiotez. Pero de eso ya hemos hablado mucho desde la primera mitad de 2020 en estas columnas.
Hubo muchos momentos lindos en este Bafici, muchas lindas charlas, muchos directores contentos con sus funciones. Pero hubo algunos momentos que creo que permanecerán especialmente en mi memoria. Este año apareció un nuevo público, un público más joven, como pasaba en los BAFICI de hace más de una década atrás. Quizás finalmente haya llegado un nuevo público para los festivales y para el cine. Quizás el circuito de cines del centro haya ayudado. Entre ese público joven, que iba por primera vez al Bafici, había no pocos que -por ejemplo- se acercaban por primera vez a la sala Lugones o al Centro Cultural San Martín. Hubo mucha gente joven en un momento muy especial: el homenaje a Manuel Antín por los sesenta años de La cifra impar. Fue muy especial porque estuvo Manuel, por las emociones en juego, por el reconocimiento del público y, como siempre, por la elegancia, la inteligencia y la gracia aportadas por el director de 96 años. Otro día, entre alguna de esa gente joven que iba por primera vez al festival se produjo una conversación que escuchó un director argentino que formaba parte de uno de los jurados y que luego me relató. Yo estaba presentando una película, con el micrófono, en el Gaumont. Un joven le preguntó a otro “¿y este quién es?” Y el otro le contestó “es el animador que pone el festival”. Eso, el animador, el que pone en juego el ánima, el alma. Me gusta.
Y hablando de poner el alma, en total habré visto unos 45 minutos de finales o de principios de películas durante los doce días de funciones presenciales del festival. Unos 30 minutos de esos 45 los dediqué a ver la pelea final de Rocky vs Drago: the Ultimate Director’s Cut. Es decir, quizás -o sin quizás- la pelea mejor filmada de la historia del cine. O eso dicen. Y eso digo. Al final de la película hubo catarata de aplausos, en una sala con mucha gente, y muchos de esos espectadores iban por primera vez al Bafici. No eran precisamente jóvenes, pero eran debutantes en el festival. Eso queremos, que más gente que nunca vino al Bafici venga al festival, que viva un festival. Antes y después de la película se me acercaron espectadores a darme las gracias porque podían ver esa Rocky -la IV remontada por Stallone- en una pantalla de cine. Ese agradecimiento lo reenvío al equipo del Bafici y al cine en general; y al señor Stallone, claro. Volvió el cine, volvimos al cine, y cada vez más parecido a como íbamos antes. Que nunca más a nadie se le ocurra cerrar una sola escuela, ni tampoco esa escuela de vida -es decir, de emociones- que llamamos cine. Se las tendrán que ver con muchos de nosotros, y muchos de nosotros ya vimos muchas veces el final de Rocky IV.