Ahora dicen que murió James Caan, incluso lo han escrito y anunciado con palabras así, o parecidas, de esas que hablan de la muerte y de que acaeció en Los Ángeles. Pero vaya uno a creerle al periodismo; creanle ustedes, que le creyeron antes, en 2019 y en 2020 y siguen y siguen. Por otro lado, es imposible que haya muerto Caan, porque si había un actor -o una forma de vida- inmortal era James Caan.

Caan interpretó al irascible Sonny Corleone en la primera El padrino, y su personaje, para darse por muerto, necesitó recibir una balacera de esas que deben constituir alguna clase de récord para quienes estudian y se obsesionan por esos detalles. Y ni así yo podría llegar a creer que Sonny estuviera realmente muerto, si tenía más energía que todos, energía bien usada, para repartir golpes y tensión y no para repartir sobreactuación como el payasesco Brando en la misma película. De hecho, frecuentemente me olvido que Sonny moría en la primera entrega de la saga mafiosa de Francis Ford Coppola. Pero Caan no solamente actuó con Coppola en la primera El padrino. Lo habían matado -o intentado matar- en la primera pero -dado que mi hipótesis de la inmortalidad de Caan y Sonny es correcta- volvía en la segunda. Dicen que por un flashback, pero no les creo, volvía porque le daba la gana y porque podía. De todos modos, la mejor película de Coppola con Caan es otra, se llama Jardines de piedra y es también una película sobre la familia, o más bien sobre lazos familiares poderosos, no de sangre (de sangre es la otra mejor película de Coppola, Drácula). Jardines de piedra: una película sobre militares, sobre el cementerio de Arlington, ahí nomás de Washington, sobre ceremonias y rituales (la cara de Caan, la manera de pararse de Caan, ideales para estas lides), sobre lazos paternales y filiales, sobre el amor entre los personajes interpretados por Caan y Anjelica Huston, la hija de John, otro que nunca murió aunque digan que sí. Caan y Huston eran, son y serán en Jardines de piedra una de las grandes parejas del cine; una de esas que se parecen a los grandes amores de la vida real, de esos que se parecen a los de las películas. Porque Caan podía y puede hacernos creer. Y también lo podía y lo puede Anjelica, otra inmortal. Caan, además, sobrevivió a los embates de Kathy Bates en Misery, y siempre creímos en él, por eso podíamos ver la película con la desesperación llevada al límite pero, de alguna manera, contenida. Porque Caan podía aguantar todo. Por eso era tan bueno en ese deporte en Rollerball, en ese futuro estremecedor y controlador al que nos dirigimos, ahora con la noticia -falsa, como todas las demás- de que Caan ha muerto, de que nos han robado también a Caan. De todos modos, el mejor ladrón era Caan, en la primera película -para cine- de Michael Mann. Mann y Caan. Y además Mann hasta podría interpretar a algún hermano de Caan, porque es parecido. Quizás por eso lo eligió a Caan; bueno, en realidad por muchos motivos más. Y Thief, Ladrón o El ladrón, o Ladrones o Profesión: ladrón, la película en cuestión, ayudó a configurar, estableció las coordenadas fundamentales de una de las mejores filmografías de las últimas décadas, la de Mann, porque en Thief estaban las semillas de Made in LA y por lo tanto las de Fuego contra fuego (Heat). En Thief, bisagra entre el cine de los setenta y de los ochenta y con lo mejor de ambos mundos, Caan era un solitario y un profesional, y la luz era azul y la música era de Tangerine Dream. La película era la de un director que sabía lo que hacía al detalle, tanto es así que llamó a Caan para que nos dejara una -otra- de sus actuaciones que van a durar un millón de años, o lo que sea que dure la eternidad. Por Javier Porta Fouz