Hemos sido testigos del mundial más cinematográfico de la historia, al menos visto desde acá; y desde acá es desde el deseo añejado de las imágenes de la sonrisa de Messi y de todo lo asociado a ese hito feliz al ganar la copa. El mundial más cinematográfico de la historia ha disparado reacciones diversas que se cuentan de a miles de millones, desde promesas dementes a textos inspirados y de los otros, a extravagancias extremas llamadas cábalas, a compilados adictivos de goles y gambetas inolvidables, a la esperanza de ver pasar a los jugadores cerca y hasta gente en Bangladesh festejando goles argentinos. Esta pequeña confesión de un trauma futbolero del pasado es una de esas reacciones.

La década que transcurrió entre mis ocho y mis dieciocho años fue la más futbolera de mi vida, es decir los años que van desde 1981 a 1991. Especialmente el año 1985, el año de gloria del Argentinos Juniors dirigido por el Piojo Yudica. Fui a la cancha para las dos finales contra Vélez por el Nacional y a varios partidos de la Copa Libertadores. Pero todo eso no importa, importa el partido del 8 de diciembre de 1985 en Japón, el partido de la Final Intercontinental entre el ganador de la Copa Libertadores y el ganador de la Champions (o Copa de Europa, como le decíamos en esos años). Estos equipos eran Argentinos Juniors -que ganó la Libertadores por primera y única vez antes de que River la ganara por primera vez- y Juventus. Argentinos Juniors de 1985, el primer equipo del que supe la formación de memoria, el que combinaba jugadores veteranos al borde del retiro y novedades surgidas de sus inferiores. Argentinos 1985, el que tenía a Borghi y a Batista antes de que se fueran a clubes más grandes. Argentinos versus Juventus. Juventus, equipo de estrellas que incluía a Platini y a Laudrup -los dos extranjeros que se permitían en ese entonces- más los italianos Serena, Scirea, Cabrini y Tacconi. Era, claro, David contra Goliat. Argentinos había llegado a lo impensable -la Libertadores- y se enfrentaba al que era considerado un equipo sencillamente invencible. En ese partido jugado en Tokio, visto desde la vieja casa de mi tía abuela en Marcos Paz a la madrugada, estuvo a punto de ocurrir el milagro varias veces: en uno de los mejores partidos de la historia de este deporte, Argentinos estuvo en ventaja dos veces y atacó mucho más que Juventus, pero el partido terminó dos a dos. Y llegaron los malditos penales y las imágenes de Juventus con la Copa. Esa fue la mayor tristeza deportiva de mi vida, a mis doce años. Y fue así de fuerte porque fue injusta, en términos deportivos y sobre todo en términos cinematográficos. ¿Qué película de mierda era esta en la que se permitía que ganaran los más poderosos y encima sin merecerlo? ¿Qué película de mierda era esta en la que los héroes simpáticos, valientes y atrevidos no ganaban? Creo que hasta la eliminación de Argentina en el mundial 2006 por los malditos penales frente a Alemania no volví a experimentar esa tristeza deportiva (acrecentada esa vez por la muerte muy reciente de Fabián Bielinsky). Ni la final perdida de 2014 fue similar a esas dos derrotas; al fin y al cabo, esa selección dirigida por Sabella se esforzaba mucho pero jugaba -en todos los sentidos de jugar- menos.

Ante la final de este 18 de diciembre, con este equipo argentino dramático, heroico, muchas veces sonriente, divertido, veloz, goleador y cinematográfico, dormí pésimo todos los días anteriores. Y el 18 a la madrugada me di cuenta de uno de los motivos de mis nervios rotos: me estaba acordando todo el tiempo del partido de Argentinos-Juventus. Con ese recuerdo demasiado presente en la cabeza vi Argentina-Francia. Y cuando después del gol de Di María la transmisión mostró al Checho Batista -que había errado uno de los penales contra Juventus- en el palco del estadio empecé a llorar y no paré hasta el final. Empecé a llorar en ese momento porque daba por descontado que a lo sumo vendría el 3 a 0 y que esta iba a ser una final justa -la final justa era siempre con Messi jugando contento y ganando- y después seguí llorando porque dos veces empataron los franceses y ahí ya la sombra de 1985 se había convertido en fantasma espectral y pensé que se repetía lo de Argentinos-Juventus, esa vez en la que Platini cerró la serie de penales acertando su tiro final. El mismo Platini que después erró su penal en 1986 en otro de los mejores partidos que vi en mi vida, los cuartos de final del mundial de México entre Brasil y Francia. Igualmente, a pesar de que Platini erró esa vez, Francia ganó la serie. Platini tendría que haber errado aunque sea uno de los dos penales en 1985, no ese de 1986, pero el pasado tiene eso de que las injusticias ya quedan hechas. Los dioses del fútbol, ese 8 de diciembre de 1985, estaban desatentos; menos mal que prestaron atención este reciente 18 de diciembre -la final más cercana a Navidad de la historia- y generaron la mejor película de fútbol jamás realizada, la de Argentina y Messi campeones, la nueva Qué bello es vivir para volver a ver todas las Navidades que vengan a partir de ahora.

Escrito por Javier Porta Fouz