Los días finales del mes más repugnantemente caluroso de la historia en Buenos Aires dejaron a la ciudad -y nos dejaron a nosotros- sin dos de las personas más elegantes que la habitaban, que la sabían habitar. Rafael Filippelli murió el día 22 a los ochenta y cuatro años y Gabriel Palumbo el día 31, con sólo cincuenta y seis.

El calor suele ser enemigo de “vestirse bien”, sobre todo para los hombres. Y de eso habíamos hablado tantas veces con Gabriel -como de tantas otras cosas- cuando intentábamos usar saco para cuanta ocasión nos lo permitiera, e incluso para otras que nos indicaban que si queríamos estar a tono con la mayoría mejor no lo usáramos. En noviembre del año pasado Gabriel me mandó un mensaje que decía así “¡Qué hacés Javier! pregunta un poco insólita. Recuerdo que vos comprabas unos buenos sacos a unos buenos precios, ¿eso sigue vivo o se lo tragó Argentina? En caso de existir, ¿dónde era? ¡gracias!” Yo en ese momento estaba en el mercado cinematográfico de Goa, en la India, con calores extravagantes, pero había llevado un saco “por las dudas” se presentara alguna oportunidad de llegar a usarlo. Le respondí a Gabriel que lamentablemente ese lugar en Avenida Jujuy había cerrado hacía un tiempo. Sí, se lo había tragado la Argentina, los tiempos, la menor venta de sacos. Con los años yo también me había resignado a usar cada vez menos saco, una prenda que -por la calle- a veces suscita hasta comentarios jocosos de otros transeúntes, que tienen algo para decir sobre el uso de saco pero que callan frente a atuendos ciertamente aberrantes. Sin embargo Gabriel mantuvo su elegancia como un bastión y hasta la intensificó, como si fuera una encarnación de la aldea gala de Astérix: a mayor desastre estético del ambiente, mayor fue su elegancia y su combinación en el vestir. Gabriel, en ese y en otros aspectos, fue un resistente: educado, civilizado, amable, lúcido, alguien que no se plegaba irreflexivamente al aire de los tiempos, un hombre bueno al que voy a extrañar cada vez más. Con respecto al cine, compartíamos con Gabriel la admiración por Clint Eastwood, y estaba siempre atento a lo que yo podía recomendarle.

Un día después de la muerte de Gabriel fui a ver la tan mentada -y elogiada- John Wick 4. Me fui a la hora y media de película, después de la secuencia bolichera berlinesa, más grasosa que la factura del mismo nombre (no secuencia ni bolichera sino berlinesa). Dicen por ahí que los últimos cuarenta minutos de este adefesio de casi tres horas son magníficos, pero no me quedé a comprobarlo. Lo visto y oído en lo que aguanté de John Wick 4 fue un penar de efectos de sonido groseros desde el inicio, de musicalización imitativa de los ochenta pero diabólicamente berreta y sin bríos reales, de señores vestidos de trajes brillantes pero no elegantes sino más bien con ese aceite televisivo tan de moda -de ropa, de luces y de caras brillosas- que he alcanzado a atisbar en pizzerías que tienen televisores y, para peor, encendidos. Lo visto y oído en John Wick 4 fue además un calvario de montaje deficiente, sin capacidad para hacer del movimiento, los golpes y la acción algo medianamente confiable: salvo excepciones, para peor, los actores se mueven lentos, con golpes sin filo y con grosera falta de timing y ajuste cinematográfico (habría que volver a ver Kill Bill para lavarse los ojos, o recuperar los intentos de acción exagerada clase B de Deran Sarafian de los noventa). No tiene mayor sentido abundar en las acciones en paralelo, olvidadas y vueltas a poner en cualquier momento: la secuencia de Osaka es para mostrar en las escuelas de cine como mal ejemplo de montaje, diálogos y coherencia interna, ciertamente. Por su parte, Keanu Reeves se parece cada vez más a Joaquín Galán de Pimpinela pero sin su capacidad para representar el drama con pocos gestos en parte porque está todo tieso probablemente debido a diversas biabas anti edad, carece de todo gesto y se ha convertido en un muñeco, como todo el resto de los actores -alguien que controle el brillo y la prominencia de la dentadura del señor McShane, por favor- de este artefacto del post cine y de la post humanidad.