Ya es tarde, pero dentro de unos días va a ser todavía más tarde. El doblaje nos llevó puestos y sigue y sigue y sigue golpeando, haciendo daño. Desde hace dos décadas con alguna nota en El Amante, luego con una nota en Ñ que no está on line y que ni sé dónde quedó, también con alguna breve en La Nación (link) y hace no tanto con una nota más extensa en Seúl, (link) vengo escribiendo contra el doblaje. Y seguro que escribí más notas, pero no me voy a poner a buscarlas. Lo que voy a hacer ahora es contarles que hace unos días estaba en un cine de una ciudad en Argentina, una localidad mediana, con bellezas naturales y atractivos históricos, en el cine. Y le pregunté a la gente del cine si las funciones de Barbie -había dos por día- eran dobladas o subtituladas…
Y las dos eran dobladas, y me lo contaron con pesar. También me contaron que el primer día la primera función, a eso de las 19.00, había sido doblada, que así lo habían decidido. Pero que para la segunda función, la de las 22.30 o incluso más tarde, habían decidido proyectarla en la versión original subtitulada. Y así ocurrió, pero recibieron muchas quejas, especialmente porque había chicos y chicas de ¡doce o trece años! que no llegaban a leer los subtítulos. Y que también había gente que sí llegaba a leer los subtítulos pero que prefería ver Barbie y todas las películas dobladas. Así que el desastre es no solamente en términos de lectura sino también de molicie permanente y de criterio estético. Y entonces, a partir del segundo día de exhibición, Barbie quedó doblada, Barbie quedó quebrada, Barbie quedó privada de las voces de sus actrices y actores. El desastre se veía venir, lo advertimos, y los síntomas ya nos rodean de forma cotidiana, y quizás ya no sean síntomas sino la tan mentada nueva normalidad.
Lo que uno veía como síntoma del desastre hace algunos años ahora pasó a ser una utopía deseable. Es decir, la cantidad de copias dobladas de hace cinco o diez años era mucho menor que hoy en día. Hace cinco o diez años no había complejos enteros sin ni una función subtitulada. Hoy ya estamos en esa situación, y no se trata de casos excepcionales. Hace algo así como una década, comprando algo en un kiosco, me había quedado estupefacto porque el que me atendía había utilizado la calculadora para hacer la siguiente cuenta: trece por dos. Sobre el asunto de las cuentas y de los números escribí en ese entonces creo que para La Agenda y creo que ya no está on line. La incapacidad para hacer cuentas de lo más sencillas me parecía muy alarmante. Y eso que en ese entonces no me había pasado asistir a cuentas hechas con calculadora como las siguientes: cien por dos, quinientos por cuatro e incluso quinientos por diez. Las vi, las viví yo mismo, no me las contaron. Las señales del desastre cognitivo están por todos lados, y hay que ser muy poco observador para no ver el futuro que nos mostraron La idiocracia y WALL-E en cada vez más vivencias cotidianas del presente.
En el mismo cine en el que exhibían Barbie siempre doblada también daban Oppenheimer. Y consulté. Y me dijeron que la proyectaban subtitulada, que era lo lógico y que querían dar por ahora esa pelea. Pero que había funciones en las que dos tercios de los asistentes preguntaban si era doblada porque… la preferían doblada. También me contaron que había público que preguntaba si la función era subtitulada o doblada y si la película era doblada ni sacaban la entrada. Pero también me contaron que había público que preguntaba eso mismo y que si la función era subtitulada ni sacaban la entrada. Y también me dijeron que la cantidad de gente que no quería ver películas subtituladas era muy superior -no recuerdo si unas cinco o diez veces más, o quizás no quiero acordarme- que la que no aceptaba ver películas dobladas. Así estamos, seguimos perdiendo, y pasar a ganar -¿será posible?- llevará cada vez más tiempo y esfuerzo. Quizás la luz al final del túnel a estas alturas sea solamente un espejismo y el paisaje sonoro que nos espera sea el de cada vez más niños y adolescentes hablando con los modismos de los doblajes mientras no pueden leer a ninguna velocidad ni tampoco recitar la tabla del dos.