Vas al cine llegás bien llegás a horario. A horario es al horario que dice la web la aplicación google la página la app la previsualización. Antes lo buscabas en una página física de diario, el “diario en papel”. Debimos haberlo notado: cuando empezamos a aclarar que el diario era “en papel” ya había cambiado el mundo. Bueno, llegás a horario, al horario ese que dice la entrada ya estás sentado en la butaca.
Si llegás a ese horario ves las publicidades. O las publicidades y los trailers, o los tráilers, y que seguro que dentro de poco lo castellanizan como tráileres. No pasó tanto tiempo, o sí pasó, desde que a las publicidades de películas por estrenarse los llamábamos avances o colas. Sí, así eran las cosas. También las cosas eran de tal forma que en los cines te indicaban te anunciaban te avisaban en qué horario empezaba exactamente la película. Diferenciaban el horario de comienzo del Noticiero, de las Variedades o de las Publicidades del horario en el que empezaba la película. Y así podías llegar exactamente en el horario en que empezaba la película y no ver antes del plato fuerte, del plato que elegiste, nada de todo lo demás. Incluso había una pausa entre las publicidades y la película. Claro, además tenía que ser así: en general había que cambiar los rollos. Ahora vas al cine a horario y no tenés claro si antes de la película que vas a ver habrá ocho, diez, trece, quince o veinte minutos de publicidades o de recomendaciones chirriantes en “neutro” de que apagues el teléfono o de que te sientes con cara meliflua y siempre con pochoclo con palomitas con popcorn con cabritas con pororó. Así que estás un poco a la deriva, sabiendo que alguna publicidad tendrás que ver porque de lo contrario correrás el riesgo de perderte los instantes iniciales de la película.
Así las cosas, así peor que antes las cosas, te sentás en el horario que te dice la entrada y empezás a ver lo que proyectan. Y ves el trailer de Ferrari de Michael Mann, y decís qué bueno que llegué a ver este trailer, porque Michael Mann. Y el actor principal de Ferrari es Adam Driver. Y pensás en chistes con películas y apellidos de actores que hagan juego. Pero dejás de pensar pronto en eso porque llega otra publicidad. Y es una de esas que venden “electro”. Ahora a los electrodomésticos los nombran como “electro”, para enojo mío y de los electrocardiogramas y los electrolitos. Bueno, sigan rompiendo. Sigan con peli finde cumple electro celu ubi. Ves más publicidades, notás que hay algunas de series, y que la calidad de la imagen es penosa, que ni siquiera se molestan en que la definición sea la correcta para una pantalla grande. Parece que a nadie le importa. Ves alguna publicidad en la que hay alguien que seguramente sea famoso que recomienda alguna cosa pero no sabés quién es el famoso. Lo que sí sabés es que tiene la remera arrugada, a lo que se le suma la remera hasta torcida porque se nota el pliegue que le dejó el micrófono que tiene puesto. Ese micrófono que creo que antes llamaban corbatero, pero como no hay corbatas ni camisa el adminículo arruga aún más la remera, que tampoco le queda del todo bien al sujeto que te recomienda cosas en una pantalla grande, que permite ver muy bien que también es cosa del pasado el cuidado de la preparación de la imagen publicitaria que pasan en los cines más reputados de la ciudad. Ves más publicidades más bien televisivas y no solamente televisivas, además feamente televisivas, como de restaurante de los noventa del siglo XX. Seguís viendo, y escuchando. Y leés que a los vinos les dicen wines. Bueno, habrá que poner todo en inglés. Pero seguís viendo y pasan la publicidad el avance la cola el trailer de la nueva película de Taika Waititi y lo pasan doblado al español al castellano a esa plasta sonora en la que doblan las películas. Así que los vinos son wines pero las películas habladas en inglés las quieren ver en español.
Y así las cosas, mi hija del medio -que va a quinto grado- me pregunta por el Rey Arturo, porque en el colegio empezaron a ver una película sobre él. Otro día me cuenta que ya la terminaron de ver, y como conoce mis intereses me aclara con fastidio que la vieron doblada al castellano. Me enfurezco, y mi hija mayor acota -con más fastidio- que en su curso pasa lo mismo cada vez que ven una película, porque la mayoría de los seres que van a tercer año del secundario no quieren leer subtítulos. Docentes, a sus tareas, que deberían incluir hacerles entender a sus alumnos que cuando ya se sabe leer -¿se sabe leer?- a las películas hay que verlas en idioma original porque el doblaje es lo que es, entre otras cosas una inexactitud, como lo es el horario de comienzo de las películas en estos tiempos.