Un par de días después del final de la vigésimo quinta edición del BAFICI pensé en que tenía que empezar a ponerme al día con algunas de las películas que me había perdido durante el verano. Aclaro que nunca en mi vida vi tantas películas como en estos meses recientes, pero fueron de las inscriptas en el BAFICI. Y cosas como Pobres criaturas (Poor Things, Yorgos Lanthimos, 2023) son de las grandes compañías, no se inscriben en el BAFICI sino que van a festivales como Venecia, y después las estrenan y las nominan al Oscar, o al revés.

Por otra parte, Pobres criaturas ganó el premio principal de Venecia -pobres las otras películas-, y Emma Stone ganó meses después el Oscar a la mejor actriz protagónica. En fin, si me preguntaran qué es lo que está mal en el cine actual, una posible respuesta podría ser “la muerte a la que lo arrastran con denuedo películas como Pobres criaturas y su celebración crítica”. Director ostentoso, vacuamente firuletero, cargado de un barroquismo sin eje que ya en un videoclip de los años noventa podría haber sido objeto de burla o de pase de canal, Lanthimos lastima nuestros ojos de muy diversas maneras, con angulares, súper angulares, la cara y los gestos de Mark Ruffalo (¿qué le habrá pasado a ese actor en los últimos años?), un diseño de producción obscenamente farolero, etc. Por su parte, Emma Stone juega a hacer la actuación de su vida, esforzada, muy esforzada, con dificultades en el lenguaje al principio, desafíos motrices diversos, escenas “jugadas” sexualmente y otros condimentos necesarios para seguir al pie de la letra alguna receta casi infalible para el Oscar, pero desde este rincón más bien considerada para poner como ejemplo cabal de ruidoso naufragio actoral. La película es un pastiche muy consciente, y procede con las citas con el descaro de quien está convencido de que todo lo que toca lo convierte en oro, o en cine excelso, tal como es apreciado en la mayoría de las críticas (92% de críticas positivas en Rotten Tomatoes): así las cosas, las críticas usan mucho la expresión tour de force, y también notan que hay ciertos asuntos que plantea la película que pueden leerse en clave contemporánea (ay, la obviedad como una de las Bellas artes). Desde acá la vemos discursivamente grosera y narrativamente atolondrada y reiterativa, con imágenes y gestos copiados en espíritu a Moulin Rouge! -que ya era un palimpsesto y un logro excepcional que no debería intentar repetirse-, mientras las citas a diversos Frankenstein se suceden, y también la cita absolutamente directa a la caída de Elisabeta en Drácula de Francis Ford Coppola. Y la cita a ese momento, y la repetición de la cita, nos lleva a pensar en qué gran película era Drácula y qué fotogenia manejaba Winona Ryder. Nada de eso podría decir de Pobres criaturas y de Emma Stone, que en esta película es casi un caso de crasa anti fotogenia.

Antes de Pobres criaturas, había logrado ver el último día del Bafici en el Gaumont una de mis películas favoritas de la década del setenta del cine americano, La captura del Pelham 1-2-3, de Joseph Sargent, de 1974, es decir una película con medio siglo a cuestas, de la que ya he escrito en varias ocasiones, por ejemplo acá (link). Al volver a verla -y por primera vez en el cine- me di cuenta de una de las claves de su extraordinaria superioridad cinematográfica, de su pertenencia al olimpo histórico -un olimpo modesto, y por eso casi que mejor- de este arte, es que el guión de John Godey y Peter Stone de este thriller seco y lleno de tensión está escrito como si se tratase de una comedia, con Walter Matthau y varios otros notables como estandartes: el viejo arte de traficar cosas -un género dentro de otro- para hacer las mejores películas. Eso, más o menos, y una tonelada de diferencias abismales ante la petulancia frontal de Pobres criaturas.