La sustancia de Coralie Fargeat es, podemos decir, el hit del año. Sí, claro que los mayores éxitos en términos de entradas vendidas fueron son y serán Intensamente 2 y Mi villano favorito 4, pero en términos de una película que no sea animada, que no sea parte de una franquicia y de todo eso que ya sabemos -es decir más bien perteneciente a eso que solíamos identificar como cine con mayor frecuencia en el pasado- La sustancia es con creces eso que ahora suelen llamar un notable “caso de éxito” (creo que en algún momento la cantidad de vocabulario se va a reducir a casi nada y la gente va a hablar solamente con términos de marketing o siglas convertidas en palabras, ya se acerca el fin del mundo, ATR).

La sustancia incluso compitió en Cannes y ganó el premio al mejor guión. Hay toda una tradición de la crítica y de los estudios cinematográficos que nos indican que los premios a los guiones, otorgados a partir de ver una película terminada, son un disparate. También hay gente que considera que cualquier premio es un disparate y que solamente se pueden otorgar premios en atletismo en los cien metros llanos y con muchas cámaras que desde diferentes ángulos permitan revisar el final. Así las cosas. O así algunas cosas. Y La sustancia, para más inri, logró estar disponible en streaming y a la vez seguir exhibiéndose en salas de cine. Hay gente que seguramente esté diciendo en este mismo instante que hay que ver la película en el cine porque así el impacto es mayor no sabés qué impresión casi vomito shockeante chocante, al final vomité me tuve que ir.

En términos de éxito, tema de conversación, asuntos contemporáneos ideológicos y de película “que hay que ver” y que no es “para todo público”, La sustancia ha cumplido su cometido y ojalá hubiera más por el estilo. Con unas cuantas películas así, que provoquen y logren todo eso en el año hasta se podría revitalizar el rol del cine en la sociedad, se podría recuperar -un poco- su relevancia. El gran problema con el fenómeno La sustancia es la película La sustancia, su acumulación de situaciones cargadas de sentido unívoco, recargadas de sentido, impresas con fruición, dibujadas con el trazo de la obviedad, del lápiz que marca hasta cinco páginas más abajo el cuaderno. Ya entendimos. Ya entendimos. Ya entendimos. Ya entendimos el asunto con la estrella en la vereda, sí, a la que cada vez la ignoran más y después le vomitan encima y a nadie le importa ¿quedó claro eso que estaba claro con diez énfasis menos entonces eh? Y está claro lo del cartelón que se ve desde el ventanal y está claro que la nueva versión de la señora tiene más atractivo físico y mayor juventud. ¿Está claro? ¿No quedó claro? Nos quedó claro. ¿Quedó claro que la señora ya no es tan lozana como antes y que el mundo del espectáculo y los medios son así y qué malos y qué superficiales. Bueno, vamos con más planos del cartel, mirada furiosa al cartel y planos cercanos de culo y alrededores. Vamos vamos que se entiende. Dicen que clase B, que La sustancia es clase B. Clase B de dos horas y veintiún minutos. Más que B tiene todo el abecedario. Las películas clase B solían ser más cortas y solían tener una mayor inteligencia cinematográfica, mayor sustancia, como decía Torrente. La sustancia confía en el poder machacón de secuencias que son como videos de redes sociales: cosas que permiten transmitir alguna afirmación veloz, lista para ser entendida y compartida. Recontra listas para ser entendidas, como cada cosa básica que dice el personaje de Dennis Quaid. Ya sabemos: La sustancia trae al siglo XXI o incluso más allá El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, y le pone cosas del cine de terror, con efectos especiales que homenajean el espíritu del primer cine de Peter Jackson, y con una proliferación de ojos que hacen pensar en la tapa de Trompe le monde de Pixies. Y ahí, al final, cuando finalmente -al fin- se desata la energía más monstruosa y sangrienta y que vamos a romper todo y llevar al límite, el premiado guión -suponemos- intercala diálogos previos para que nos quede claro el sentido de esta película inyectada de “diferenciales de venta”, incluso esos que quizás se había decidido a denunciar. O que había decidido renunciar a denunciar. O algo así. No sabemos, apuren, rápido, algún plano de la chica linda, no se duerman, que hay que vender esto y dura un montón.