El francés Serge Daney murió, a los cuarenta y ocho años, en 1992. Fue uno de los críticos de cine clave del siglo XX, es decir, un escritor con personalidad. Fue redactor en jefe de Cahiers du Cinéma, fundó la revista Trafic y escribió sobre cine en Libération. En ese diario fundado en 1973 por Jean-Paul Sarte y Serge July, además, Daney escribió sobre tenis durante casi toda la década del ochenta del siglo pasado. Sus textos están reunidos, y traducidos al castellano, en el libro El amante del tenis, editado en 2014 por el BAFICI. El torneo sobre el que más escribió Daney fue -y esto no constituye ninguna sorpresa- Roland Garros, el Grand Slam sobre polvo de ladrillo.

El primer artículo de Daney sobre tenis, centrado en un partido entre Jimmy Connors y Jean-François Caujolle del 20 de mayo de 1980, empieza así: “Lo bueno de Roland Garros es que hay una final todos los días”. Y termina con este párrafo: “Es la ventaja del polvo de ladrillo, la razón por qué me gusta tanto esta superficie (evidentemente, mi punto de vista es el del cinéfilo, que prefiere el plano fijo al zoom): más que cualquier otra, crea una ficción. Están los jugadores y lo que saben hacer; está el público y lo que sabe que puede hacer; están los árbitros y la dosis de abyección que asumen. Pero, sobre todo, está el tiempo (el partido Caujolle-Connors duró más de tres horas) y cinco sets es mucho. El tiempo, pues, es el que introduce allí un poco de dialéctica.”

Quienes nos hemos formado -o algún otro verbo- con o en la crítica de cine, sabemos que la abyección es el concepto más famoso del legado de Daney. Pero ese es otro asunto, u otra dimensión del asunto. Ahora estamos -estoy, pero seguro que tengo la compañía de millones- asombrados ante la final masculina de Roland Garros del domingo 8 de junio de 2025. Un partido magnífico, un partido monumental, un partido admirable, imborrable. Y un partido, y un tenis en general, en los que ya los asuntos arbitrales han dejado de ser tan polémicos o de cargar con tantas dosis de abyección. El árbitro era una dama de una notable elegancia, e irradiaba algo así como una justa calma, o una tranquila sensación de ecuanimidad y respeto. A su vez, tanto Carlos Alcaraz como Jannik Sinner se comportaban con una corrección alejadísima de la tradición de, por ejemplo, John McEnroe.

En El tenis como experiencia religiosa, pequeño libro que reúne dos artículos sobre este deporte del escritor americano David Foster Wallace (que se suicidó a los cuarenta y seis años), leemos, bajo el título “Federer, en el cuerpo y en lo otro”: “Casi todo el mundo que ama el tenis y sigue el circuito masculino por televisión ha vivido durante los últimos años eso que se puede denominar Momentos Federer. Se trata de una serie de ocasiones en que estás viendo jugar al joven suizo y se te queda la boca abierta y se te abren los ojos como platos y empiezas a hacer ruidos que provocan que venga corriendo tu cónyuge de la otra habitación para ver si estás bien. Los Momentos Federer resultan más intensos si has jugado lo bastante al tenis como para entender la imposibilidad de lo que acabas de verle hacer.”

Mientras miraba, maravillado, la final Sinner-Alcaraz, esa clase de Momentos -ya no deberíamos decir Momentos Federer pero sí Momentos Tenis- se sucedían cada vez con mayor frecuencia, incluso y sobre todo e increíblemente, al final, cuando las más de cinco horas jugadas podrían llegar a ofrecer como lógico resultado menor precisión o algún tipo de desajuste en el rendimiento físico. Pero no, esto sí que era tenis como experiencia religiosa: experiencia en el juego, experiencia en la observación, en la admiración, en la veneración. Muchos Momentos Tenis, en los que uno exclama en voz alta cosas que ni piensa sino que son provocadas por el juego en niveles imposibles, por el juego como la más bella de las artes.

PD: no pensaba escribir sobre tenis y sus alrededores escritos sino sobre Asteroid City, la película de Wes Anderson de 2023, pero será en otro momento. Mientras tanto, puedo decir que la película está felizmente llena de Momentos Anderson, o de Momentos Cine.