annie en el gaumont

Por Javier Porta Fouz. No recuerdo si tenía ocho años casi nueve o nueve recién cumplidos. Pero a esa edad imprecisa vi, por primera vez, una película solo en el cine. Es decir, había más espectadores. pero con solo quiero decir que no fui acompañado. Los que somos cinéfilos desde chicos, desde que no teníamos idea de qué significaba esa palabra porque ni la conocíamos, consideramos normal esta práctica. Pero con el tiempo uno se va dando cuenta de que no es tan extendida. Hay mucha gente que dice que no va al cine porque no tiene con quién ir. Gente que sólo va acompañada y ha naturalizado eso, así como hay gente que a los ocho o nueve años quiere ir tanto a ver películas -o ir a ver tantas películas- que naturaliza ir solo porque no hay manera de que lo acompañen a ver todo lo que quiere ver.

Y si bien no recuerdo el mes, el momento exacto, sí recuerdo con mucha precisión cuál fue la película que vi en esa ocasión: fue Annie, esa comedia musical sobre una huérfana y un millonario basada en un libro que desconocía (y sigo sin conocer). También desconocía que la película la había dirigido John Huston. Y desconocía quién era John Huston. No me acuerdo de qué directores conocía a esa edad, aunque seguro que sí a Steven Spielberg. Y seguro que también al prolífico filmador de éxitos argentinos Enrique Carreras. Me faltaba un año o un poco más para conocer -y deslumbrarme en rutilante Technicolor- con La ventana indiscreta en copia nueva en 35mm en el cine-teatro Empire (Hipólito Yrigoyen al 1900), al que entraba gratis porque mi padre tenía comercio enfrente y conocía a la gente del cine.

Pero a Huston no lo conocía. Sin embargo, vi cinco veces Annie en el cine, en distintos cines, las otras cuatro veces acompañado. De hecho, la vi dos veces más porque me llevaron, y otras dos la vi en doble programa con alguna otra película. Recuerdo que me gustó Annie, pero jamás la volví a ver (no le tengo mucha confianza a ese reencuentro), y tampoco vi la remake. Cuando años después caí en la cuenta de que era de John Huston, no me extrañó que fuera una de las menos valoradas de su carrera. De Huston ya había visto más películas: poco después de Annie vi Escape a la victoria, la de fútbol y nazis con Stallone-Caine-Pelé-Ardiles. Y algunos años después, ya en el mundo del VHS, me gustó mucho Cayo Largo (y hace poco fui a Cayo Largo). En VHS vi también El halcón maltés, con la que confirmé lo que decían en la revista El Amante sobre ella. Cuando en algún momento me crucé con El juez del patíbulo (The Life and Times of Judge Roy Bean) sentí que John Huston había sido -cuando estaba interesado- uno de los más grandes del mundo. Y algo así le dije a su hijo Danny cuando lo encontré en el Festival de Karlovy Vary.

Con una de Huston yo había inaugurado, sin conocerlo y sin saberlo, una práctica y una pasión que luego se volvería trabajo. El cine al que fui esa vez lo recuerdo con claridad, y muy probablemente sea el cine tradicional -de los de salida rápida a la calle- al que más veces fui en mi vida y también al que fui más veces solo. Viví cerca muchos años, y durante un tiempo en el edificio de al lado (medianera compartida), y poco me costaba ir a alguna función de los días baratos (que eran tres en ese entonces: lunes, martes y miércoles) a ver una y otra vez alguna de la trilogía original de La guerra de las galaxias. Cuando me mudé más lejos volví mucho a ese cine, porque siempre me pareció de los mejores, y cuando la película es en scope es insuperable: ahí vi por primera vez Corazón valiente de Mel Gibson y también hasta llegué a ver funciones de Cinerama. El cine al que fui solo por primera vez sigue en pie. La parte de arriba dio lugar a dos salas más y el complejo pasó a tener más palabras en su nombre, pero la sala 1 sigue siendo ese cine de 1982 o 1983 en el que vi Annie: el Gaumont.