Una semana antes de que empezáramos a empezar -sé de la redundancia- la reciente edición del Bafici, se encendió el asunto INCAA. Los detalles, las opiniones, los rumores, las mentiras, las pocas preguntas, las muchas respuestas: eso es asunto de alguna otra discusión y ya hablé mucho en diversas entrevistas. Con el correr de los días en los que se habló de financiamiento, presupuesto, fomento, producción y otros etcéteras, me di cuenta de que este ambiente de intercambio de ideas -en el mejor de los casos, en el más deseable, al menos por mi parte- podía permitirnos empezar a ir más allá a la hora de pensar en el futuro del cine argentino, y del cine.

Desde hace un poco más de veinte años, con los cambios en la Ley de cine de 1995, el cine argentino ha crecido enormemente, se ha ampliado, se ha renovado, se ha diversificado. Ha logrado (algunos) grandes éxitos de taquilla y muchas, demasiadas películas que apenas se han visto. Entre ellas, grandes cantidades de películas valiosas que han llegado a un público muy escaso, incluso muy por debajo de sus potencialidades, de sus expectativas mínimas. En dos décadas el cine argentino logró producir más que cualquier otro en toda Latinoamérica, en un país con una población mucho menor a la de Brasil y México, y con mucha menor venta de entradas por habitante que este último. El cine argentino y las políticas del cine argentino no hicieron crecer al mercado interno para la producción local (aunque sí para los grandes tanques de Hollywood). Hubo algunos aciertos, algunos avances, pero hoy en día las chances de llegar a su público -o de crearlo- por parte de la mayoría de la producción local es menor a la de hace una década y media (el 2002 fue un buen año para el cine argentino, con variedad de títulos que encontraron buena respuesta). Hoy en día el cine nacional se ve apoyado en su exhibición por una entrada muy barata en los Cine.ar (antes espacios INCAA), pero en general le cuesta hacerse de un público para competir en otras salas al lado de otras películas: en 2002, en las grandes cadenas, llevaban mucho público al lado de películas de Hollywood y de otros orígenes Lugares comunes de Aristarain, Historias mínimas de Sorin, El bonaerense de Trapero, Un oso rojo de Caetano… Este año hemos visto fracasar a la nueva película de Caetano, salir de las salas comerciales, y luego tener cierto éxito (incluso con filas) en Cine.ar. El cine argentino convertido en fenómeno aislado, diferenciado, sin poder -lógicamente- competir con Hollywood. Hubo una oportunidad a principios de siglo: consistía en robustecerlo, hacerlo crecer -junto al público- mediante el diálogo con otras cinematografías comparables, apoyando la distribución independiente. En una entrevista de 2004 se lo planteamos, junto a Nazareno Brega, al entonces presidente del INCAA Jorge Coscia. La entrevista, publicada en El Amante número 149, es uno de mis mayores motivos de orgullo profesional: fue una discusión muy poco amable en la que se enfrentaron maneras de entender el apoyo al cine argentino (la pueden leer en las imágenes que ilustran esta nota).

En algunas de las presentaciones de cortometrajes argentinos que hice en el Bafici se me ocurrió preguntarles a los directores si tenían planes para poder seguir exhibiendo en cines sus trabajos: no los tenían, más allá de otros festivales. Les conté que en los noventa en el complejo Tita Merello (pionero de los espacios INCAA y de Cine.ar), en sus salas Mirtha Legrand, Amelia Bence y Delia Garcés, se daban los cortos de la primera Historias breves antes de cada largo. Incluso, en algún momento a fin de siglo, antes de la existencia de Historias breves, hubo cortos argentinos antes de largos extranjeros en salas del circuito comercial. Hoy en día la posibilidad de ver cortos en salas se reduce a las pertinaces Historias breves o a los festivales. Otro espacio perdido, otro tiempo perdido, en esta ocasión para muchos cortos valiosos que merecerían ser vistos por más gente.

Y, ahora, para apuntar a lo que pasa esta semana, este fin de semana: Fin de semana -sé de la redundancia- de Moroco Colman se ha estrenado. Es muy probable que no le vaya todo lo bien que debería irle. Claro, no hemos construido un star system local más allá de cinco nombres -cinco, realmente cinco que pueden llevar por sí mismos gente al cine-, y María Ucedo no es reconocida en su justa medida, y entonces no se puede vender que tiene escenas de sexo imperdibles (la película es mucho más que eso pero, sinceramente, para que sea vista habría que llamar la atención de las maneras en que se pueda). El cine argentino -y de otras latitudes, pero de eso hablaremos más adelante- sigue pasándonos mayormente de largo, y esta semana además hay una película de Néstor Frenkel (Los ganadores) y otra de Federico Godfrid (Pinamar), más el documental Sin dejar rastros sobre Quirino Cristiani. Variedad y calidad para un cine que produce y seguirá produciendo, y estrena así, apilando títulos uno encima de otro. ¿Cuánta gente las verá? mucha menos de la que debería podría ser una respuesta con muchas chances de ser certera. ¿Qué pasará con El candidato de Daniel Hendler, coproducción uruguayo-argentina? Hubo en los días pasados una repetición de tonterías en las redes sobre mi supuesto enojo con el director en el Bafici -falso de toda falsedad- y que por eso no hubo nadie en la sesión de preguntas y respuestas. Fue un problema organizativo nuestro, cuyos detalles ya expliqué a todo el que me preguntó (y a algunos que no), y que le conté con disculpas y en persona a Hendler horas después del error, antes de que empezara la repetición acrítica de una nota sin sustento. Es asombroso y absurdo cómo están de moda las anteojeras y la falta de investigación. Pero, de todos modos, si este episodio absurdo sirve para que más gente se interese en la película, no habrá sido todo en vano. Hay un cine valioso en argentina, en Latinoamérica, y cada vez hay menos público para él. El mal quizás todavía tenga remedio a mediano o a largo plazo: a ocuparse, cuanto antes, mejor. Empecemos.