En el libro Perseverancia, el crítico francés Serge Daney escribió sobre la relación entre el crítico y el público. Decía que su vida de crítico había significado “ser como un barquero”, que con su voz comenzó "a pasar pequeños mensajes, orales y escritos, para llevar noticias de una orilla a la otra sin pertenecer a ninguna". Las orillas de las que hablaba Daney eran una la de "la gente normal que consume películas por pura diversión" y la otra la de los artistas, los creadores. No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que hoy en día el rol del crítico es como el caso del increíble hombre menguante: se hace cada vez más pequeño. En parte porque se ha producido un solapamiento y un desplazamiento del crítico por otro comunicador: el periodista de espectáculos, que “informa y evalúa”. Para ser más técnicos en los conceptos, la crítica ha sido remplazada por la reseña. Y, en algunos casos, la reseña ha sido remplazada por la cata comparativa de tanques, el pronóstico de inversiones. Esta de DC es buena porque no es tan mala como las otras (Wonder Woman). No le fue tan bien a La Momia en USA, ¿afectará el futuro del reboot de la franquicia de los monstruos de Universal? La respuesta, mis amigos, está flotando en el espíritu de Boris Karloff, o no. Lo importante es volver a Daney, que en ese planteo sobre las orillas nos indicaba, con amabilidad, el camino que no siempre hemos sabido seguir.
En esta semana leí una conversación en Twitter de cinéfilos: ex alumnos, compañeros en la crítica, programadores, gente que aprecio. Y se quejaban de la recepción de David Lynch, que si alguna gente no había valorado como ellos y cómo se debía Imperio, que el hipsterismo por Twin Peaks 2017... Estuve por meterme en la charla, pero me di cuenta de que iba a ser muy largo. Por eso, y por otros motivos, este artículo: la conversación de la cinefilia y sus alrededores que más atractiva puede llegar a ser para los enterados corre el riesgo de seguir cerrándose sobre sí misma, de seguir hablándole a los mismos, a los convencidos, a los informados, a los que ya saben que David Lynch es uno de los grandes autores cinematograficos vivos. Y puede espantar a todo aquel que quiere volver a Lynch y siente que Imperio no lo interpeló tanto como, según los amantes del cine, debería haberlos interpelado. Aclaro que soy también de los imperiales, pero estoy cada día más convencido de que volver al barco entre dos orillas, y remar mucho y seguido, debería ser hoy una preocupación de la crítica: su gran preocupación en estos tiempos. El futuro de la crítica y -esto es lo verdaderamente importante- el futuro del cine depende de que los creadores puedan llegar al público; las redes sociales y la crítica, tal como se relacionan hoy en día, no parecen estar logrando grandes resultados en términos de comunicar nuestro amor por el cine. Los grandes directores llevan cada vez menos público a no ser que pasen a dirigir tanques, y los nuevos creadores emergentes necesitan sentir que es posible que su cine firmado pueda llegar más allá del círculo de enterados, porque de lo contrario habrá riesgo de caída en la tasa de natalidad de directores con futuro. ¿Dónde están hoy los nuevos Bellocchio, Moretti, Bogdanovich, Eastwood? ¿Dónde están hoy los nuevos Almodóvar, George Miller, Kathryn Bigelow, Spike Lee? Y, para ir a momentos más cercanos, ¿dónde están los nuevos Wes Anderson, Lucrecia Martel, Jia Zhang-Ke, Hong Sang-soo, Assayas, Kitano, Thomas Alfredson? ¿Dónde está hoy la promesa de nuevos autores con potencial de salir del círculo que el fin del siglo XX y el principio del XXI nos supieron ofrecer? Taika Waititi ya está dirigiendo una película de superhéroes (aunque ojalá se la apropie). ¿Qué es un autor nuevo con reconocimiento más allá del círculo? ¿Xavier Dolan? Todos los años los que estamos en este ambiente vemos nuevas películas maravillosas de nuevos directores que queremos hacer conocer y que los festivales de cine permiten que circulen, pero ese núcleo de películas se hace cada vez más compacto, irradia menos y llega menos a los cines de asistencia masiva. Y llega cada vez menos a los espectadores más jóvenes: ¿son los “nuevos formatos”? ¿son las series? ¿seremos nosotros que tenemos que remar más? Se necesita con urgencia conectar a los más jóvenes, a los que llegaron después de nosotros, bichos de salas, que incluso pudimos conocer Lavalle llena de cines llenos de gente. Necesitamos contarles, apenas lleguemos a la orilla, que ver Los Cazadores del Arca Perdida, Los Cazafantasmas, Terminator y Volver al futuro en cines fue muy fuerte. Y que esas “marcas” no venían de antes: fueron creadas para el cine de esos días.
La crítica, entre las dos orillas que describía Daney, debería tal vez cuidar, arropar y desafiar, no con retos ni con amonestaciones ni tantas quejas internas para el círculo conocedor sino con mensajes de diálogo, incluso polémicos: explicar los motivos por los cuales Imperio es incluso más lyncheana que otras del señor del jopo, o por qué Match Point fue, es y será una película abominable. Pero necesitamos del público de Lynch, del público de Woody Allen. Necesitamos que ese público que ve algo más que los tanques también se entere de que Dulces sueños de Marco Bellocchio está en cartel y que es otra de las grandes películas de uno de los grandes autores del último medio siglo, nada menos. Uno que, tal vez porque veía que las nuevas camadas de grandes autores reconocidos no eran tan numerosas, decidió reinventarse en el siglo XXI.