Durante varios años, hace mucho tiempo, además de ver muchas películas, leí muchísimas críticas de cine, los nombres importantes de la historia de esta disciplina y también otros, y a veces en esos otros encontré varios textos para atesorar. En algunos de esos años además leía todas las críticas de los principales diarios, cada jueves; y a veces los viernes y los sábados, cuando no llegaban a publicarse todas el jueves. En esos tiempos, por otro lado, había que comprar el diario “en papel”. Por otro lado, mi trabajo de graduación en la Universidad fue sobre la crítica de cine en el diario Tiempo Argentino (el de los ochenta, obviamente). Tuve durante mucho tiempo, o quizás lo siga teniendo, una especie de sensor sobre expresiones que se repetían en las críticas, sobre todo las que no me gustaban, por ejemplo: “ideal para los amantes del género”, “para pasar el rato”, “la música acompaña” y muchas otras. Otra, que siempre traté de evitar en mis textos, es “merece verse”. Más allá de la sonoridad poco atractiva de la vocal única de la expresión no me gusta la idea. Sin embargo, no quiero argumentar en su contra ahora porque -ay- voy a usar una variante de esa expresión, para decir que una película “merecía estrenarse”.

Se trata de Toni Erdmann de Maren Ade, estrenada en la Competencia de Cannes en 2016, en donde ganó el premio FIPRESCI, el de los críticos. La Palma de Oro fue para Yo, Daniel Blake, de Ken Loach. Una -otra- oportunidad perdida de, con un premio oficial, destacar a alguna película que pueda marcar una renovación en el panorama de autores, de fortalecer un nombre del siglo XXI, de apoyar a una película que tiene muchos componentes de comedia. De todos modos, Maren Ade ha triunfado, en cierto punto: se hará la remake estadounidense de Toni Erdmann, lo que hará que Jack Nicholson salga de su semi-retiro; claro, el personaje del padre lo vale. Pero ese personaje era en alemán (y en inglés hablado desde el alemán), porque Toni Erdmann es una película alemana, que no se estrenó en cines en Argentina (sí en VOD, la tenemos hasta el 14 de octubre en Qubit.tv), aunque se exhibió en el Village Recoleta en el Festival de Cine Alemán 2016.

Toni Erdmann estuvo nominada al Oscar como mejor película en idioma no inglés, pero la contienda la ganó la película iraní The Salesman. Seguramente, si Toni Erdmann ganaba el Oscar, Sony la lanzaba en cines en estas tierras. Pero no pasó, y fue otra oportunidad perdida. Además, en la misma categoría estuvo nominada (ay) Un hombre llamado Ove, estreno en salas de esta semana. Pero Toni Erdmann no figura en la cartelera, por los cual su circulación ha quedado reducida al grupo de “enterados” habituales: críticos, periodistas culturales, programadores de festivales y ciclos y los más dedicados de los cinéfilos. Al no haberse estrenado en salas, Toni Erdmann no pudo generar localmente esa presencia destacada, ese tratamiento distinto: el estreno en cines todavía significa una diferencia muy grande de visibilidad, de relevancia, de presencia en posibles conversaciones y probables polémicas. Y, además, en este caso, casi seguros deslumbramientos en la oscuridad de la sala ante una película que no quiere deslumbrar, que no juega a los tonos fuertes sino a narrar sin desvíos y con desnudez emocional una relación padre-hija, o más bien la respiración artificial de una relación padre-hija y sus derivaciones, sus posibilidades en escala humana, real, con la valentía de no caer en la fórmula de la redención imposible. Así, un abrazo mediado por un disfraz encima de otro disfraz -una idea digna de Oscar Wilde, en un film con personajes conscientes de sus máscaras- tiene, con sonido ambiente, más y sobre todo mejor potencia que las escenas comparables en películas de temática similar, en general falsas y anunciadas y reforzadas por música demasiado clara, a veces invasiva. En Toni Erdmann el gran momento musical es otro, y tienen que hacerlo de a dos en la diégesis y no es un reparador absoluto, sino apenas otro momento gris, agridulce, en una de las películas más conscientes de la inevitabilidad de los altibajos. De esas que saben conmovernos con momentos especiales porque saben de sus destellos y, sobre todo, de su fugacidad.