Madrid, en camino al Festival de San Sebastián. Semana cortada al medio por los vuelos, en la que de los estrenos de Buenos Aires no logré ver It, pero sí Borg McEnroe, la mejor película que haya visto centrada en el tenis (es cierto, la competencia era muy escasa). Escribí sobre ella acá  y acá hice una pequeña revisión de tenis y cine. En el tramo Buenos Aires-Madrid, por primera vez en muchos vuelos, me decidí a ver alguna de las películas ofrecidas en el menú de la pantalla. Empecé por Churchill, biografía del líder británico dirigida por Jonathan Teplitzky (director de Un pasado imborrable, una de época con Colin Firth y Nicole Kidman estrenada en Argentina y en absoluto imborrable).

Elegí Churchill en parte porque desconocía la existencia de esa película y porque me interesa el biografiado. Pero duré solamente ocho minutos, luego de padecer algunos de los recursos más horribles que veía en mucho tiempo, todos concentrados en muy pocos minutos: temblores faciales, actuaciones para ser vistas desde la última fila de un hipotético teatro, sangre en el mar, un sombrero que se va, música delirantemente intensa, coros, y Brian Cox y Miranda Richardson demostrando, una vez más, que hay actores que comandados por directores que tienen concepciones anti cinematográficas pueden ser temibles. Fin de mi experiencia con este Churchill, detengo la película y recuerdo al memorable patán etílico que puso en escena Tarantino en Bastardos sin gloria interpretado por Rod Taylor en buena lejanía visual, al borde de caerse del cuadro para luego tomar un fugaz protagonismo; ese fue el último papel del protagonista de Los pájaros. Intuyo que esta Churchill de Teplitzky debe sostener mayormente la noción del actor en el centro del cuadro para alentarlo a morisquetas con conciencia de la posteridad, pero no voy a comprobar esa pajaronada. Adiós.

Busco más películas. Las he visto casi todas y/o no me interesa verlas. Encuentro una que me perdí en el cine: Guardianes de la Galaxia vol. 2. La primera me había gustado mucho y sobre esta segunda parte había escuchado, de gente confiable, que era algo bastante cercano a una inmundicia de casi nulo interés y además una película que dañaba al cine pero, también de gente confiable, había escuchado que era una gran secuela muy disfrutable, querible y que daban ganas de verla más de una vez. Me dio intriga en su momento, pero cuando finalmente tuve tiempo de ir a verla era casi imposible encontrar funciones que no fueran dobladas. Y ahora podía recuperarla. Este vol. 2 empieza con un prólogo en el que vemos a un Kurt Russell joven generado para la ocasión, que exhibe los prodigios digitales a los que estamos expuestos y/o a los que el cine más caro puede acceder. Luego de eso, vemos a los Guardianes en acción, en medio de una pelea contra un monstruo muy feo. La pelea carece de contexto, y la película hace algo que evidencia con claridad su propósito, su estrategia, su forma de entenderse y de entender su lugar en el mainstream. La trifulca queda en buena medida en segundo plano, mientras vemos a Baby Groot bailar y tontear con unos bichitos de su tamaño (también muy feos). La película sabe que lo suyo son antes los personajes y su carisma que la parafernalia guerrera y el armado capa sobre capa de grandes secuencias de acción. Y sobre los protagonistas y sus relaciones construye su fortaleza emocional, su núcleo. James Gunn evidencia una conciencia muy clara: con los personajes que tiene, con el diseño que tienen, sus personalidades, interacciones y química, no necesita exagerar con los despliegues de acción, tal vez incluso no haya sentido la necesidad de hacerlos más atractivos. Quizás vista en el cine y no en una pantalla de avión (bastante grande, por cierto) los efectos visuales pesen más y nublen un poco el valor de los Guardianes y asociados, pero lo que yo vi es una película en la que lo crucial siempre fue saber si los personajes se enojaban, se querían, se descubrían, mantenían o recuperaban los lazos de amistad, solidaridad y cuidado. Y que dispone, otra vez, de una banda sonora placentera (y eso en cine debe aumentar su relieve). No hay peleas de conjunto -incluso en el final los personajes se disponen de a pares, y hay varios que tienen poco que hacer en términos de acción- y la sensación no es la de una secuela en toda regla sino una especie de coda explicativa y relajada de la primera, una simpática ampliación de ciertas características de los personajes y sus historias, mientras se nos permite que los sigamos disfrutando un rato más, con narrativa más laxa. Es decir, Guardianes de la Galaxia vol. 2 es una película mainstream con algo excepcional: personajes y actores en estado de gracia. Y eso es aprovechado astutamente por su director y guionista, el señor Gunn.