Vuelvo de viaje. No estuve muy conectado a las redes sociales. Me llega algo, de rebote, de que alguien dijo algo sobre el mate. Empiezo a leer sobre el tema. Malhumor. Me enojo, no con la señora de la queja sino con el linchamiento público a partir de un mensaje privado. Bilardo había dicho algo en una radio, y era bien agresivo, sobre alguien que tomaba mate. Fue considerado “gracioso”. Ni siquiera quiero argumentar, comparar, desarrollar. Todo me genera más malhumor. Hace un par de años, en La Agenda, luego de hacer un texto en contra de la idea argentina de desayuno y contra la chocotorta, me ofrecieron una columna quincenal, que se agruparía en una sección llamada “Libro de quejas”. Cuando asumí como director artístico del Bafici, ya no pude seguir con las columnas. Una quedó empezada, era contra el mate, quedó en esto:

“Este texto parte de una frustración, es -claro- una versión de ‘La zorra y las uvas’. Porque quise, pero debo confesar que no pude. No pude con el mate. Lo intenté. Lo probé varias veces. Dulce me resulta insufrible, aunque tampoco tomo té o café con azúcar. Amargo debería gustarme, pero no, lo pruebo y no hay caso. Cada tanto vuelvo a intentar, pero nada. No logro entender cómo alguien gasta su cuota cósmica y vital de infusiones en sorber el mate. Probé con las yerbas más baratas, con las del medio, con las más caras, con esos “varietales” que ahora ofrecen con distintos colores. Con la yerba uruguaya. Con mate de calabaza, con metal en el borde, forrado y cosido, también el de silicona y qué sé yo qué más. Bombillas con diseños de la NASA, otras más tradicionales, neoclásicas y también antiguas. Nada. No hubo caso. Ya lo tengo claro: no me gusta el mate.

Esta situación eterna de la ñata contra el vidrio frente al mate quizás sea haya sido lo que haya constituido mi catálogo de quejas frente a esta práctica, frente a su tendencia absolutista, a su glorificación de la actitud gregaria. -”Tomá, te toca. Ah, no tomás”, cara de qué raro, cara de que estoy traicionando algo de la argentinidad. Hace poco me preguntaron qué de qué país venía. Pero no es eso lo que me molesta, es algo parecido a lo que me pasa cuando rechazo la chocotorta. Pero hay que decir que los que comen chocotorta son menos problemáticos que los materos. Los materos son responsables de detener el fluir cotidiano, de generar problemas donde no los había. Sí, claro, el té y el café pueden volcarse, pero el mate se vuelca muchas veces.”

Era un borrador inicial, y un principio, pero lo releo y el texto es malo, sin gracia, no tiene la potencia del texto contra la chocotorta. Es que, claro, me doy cuenta hoy, no estoy en contra del mate; estoy en contra del absolutismo matero, y también del patoterismo, de la destrucción de todos (o muchos) contra uno.

Paso al cine. No. Primero a una serie. Una vez intenté ver House of Cards. Duré 18 minutos. Mal humor. Y también malhumor. Valen las dos, y así es más claro, o más repetitivo. Igualmente, queda raro el plural malhumores, ¿valdrá?. Seguro que sí, y eso me daría más malhumor. Mi experiencia House of Cards: 18 minutos de explicaciones, sobre explicaciones, obviedades. Más de una cámara, creo recordar. Hicieron varias temporadas, iba a seguir el asunto, pero Kevin Spacey, escándalo y denuncias, y cancelaron la siguiente temporada. Gran integridad artística la de la serie, mucha cohesión, en fin. Malhumor. Y ahora más mal humor: para su nueva película, ya rodada, Ridley Scott decidió quitar a Kevin Spacey y reemplazarlo por otro actor, Christopher Plummer. Una digresión (más): Plummer es el protagonista de una de las películas que más malhumor me generan: La novicia rebelde (The Sound of Music). Qué horrible el título de estreno latinoamericano eh. Novicia. Rebelde. Podrían haberle puesto “La novicia más loca del mundo” para que fuera peor. Julie Andrews, más mal humor. Por motivos que no vienen al caso, tengo que revisar Manhattan de Woody Allen, una vez más. La película sigue con una fortaleza que ya podríamos decir clásica. Me mejora el humor. Pero enseguida vuelvo a mi malhumor, me pongo a pensar en que afortunadamente las denuncias a Woody Allen no fueron en ese momento, porque podrían haberlo reemplazado por, no sé, Burt Reynolds. De todos modos el director de Manhattan era el propio Allen, tendrían que haber eliminado la película, cosa que quería hacer Allen, que estaba muy disconforme con los resultados. Me acuerdo de que lo primero que escribí de cierta extensión sobre una película en mi vida fue justamente sobre Manhattan. Fue para mi carrera universitaria, en la materia Comunicación I, en el año 1993. Fue en papel, a máquina de escribir. Hace 24 años. Había dejado separado ese trabajo. No lo encuentro. No puedo googlear unos papeles metidos en un folio. Busco, pierdo una hora. Malhumor. Lo encuentro. Lo leo con la ilusión de que sea bueno, de que haya alguna idea rescatable, al fin y al cabo, me habían puesto la nota máxima y me habían felicitado. Lo leo. Es un texto de altos niveles de tontería, obviedad y vacuidad. Más malhumor. Chau, me voy a hacer unos mates.