Hubo un tiempo en el que miraba películas de las que ofrecían los aviones, incluso cuando el menú era fijo para todos o casi todos. Luego dejé de verlas, y hasta incluso de interesarme en qué era lo que ofrecían. Con el tiempo, la mayoría de los aviones para vuelos largos pasaron a tener pantalla individual para todos los pasajeros. Y empecé a revisar qué ofrecían en el menú, y cómo lo ofrecían. Uno de los motivos de este interés en las nuevas ofertas era comparar el catálogo con el que ofrecemos en https://www.qubit.tv/ No solamente qué tenían disponible, sino cómo lo organizaban y mostraban. Es decir, la selección y su ordenamiento y jerarquización.

El criterio de separar por edades aparece siempre: las de niños por un lado -o, globalmente, “kids”- y las demás por otro, y a veces se ofrecen todas juntas. También hay estrenos o “new releases”. O “blockbusters” o “Hollywood” y separación por continentes o “resto del mundo”. Hay aerolíneas que tienen o tuvieron agrupadas películas bajo el sello de algún festival (United Airlines con Tribeca, por ejemplo). Uno podría pensar que la agrupación por géneros aparece siempre, pero no. Quizás porque, si uno presta un poco de atención, la mayoría de lo que se consume en los aviones -casi siempre por el público masculino- es material multigénero, o no tan fácilmente encuadrable, o tal vez todavía nadie se animó a poner “acá están las de súper héroes que quieren ver, las que para ustedes aparentemente representan todo el cine”. En los últimos vuelos me cansé de identificar en pantallas vecinas imágenes de alguna Avengers o Deadpool. No me molestan necesariamente esas películas sino su tendencia militar, militante, homogeneizante. Sus rasgos autoritarios, no temáticos sino en términos de presencia con cara de ineludible. Pero bueno, los espectadores deciden, eligen. O deciden sin elegir, es decir sin tener en cuenta al menos algo de todo lo demás que anda por ahí. Esas de súper héroes podrían ponerse bajo el género de aventuras, pero no suele suceder.

Las comedias todavía suelen gozar de identificación genérica, y quizás en alguna próxima columna escriba sobre varias comedias que vi volando. Pero ahora urge (?) hablar de otro asunto, que es una de las categorías que suelen aparecer en los aviones: los “clásicos” o “classics”. Hay consenso en que el cine clásico de Hollywood es el que se hizo bajo el sistema de estudios en las décadas del treinta, cuarenta y cincuenta y con los géneros como principales organizadores. Pero los clásicos cinematográficos no deberían ser necesariamente las películas de Hollywood o el cine clásico americano. Podemos aceptar que Sin aliento o El desprecio de Godard -que no aparecen mucho en los aviones- sean etiquetadas como clásicos, a pesar de que fueron parte de uno de los movimientos modernos más importantes de la historia. Y podemos otra vez usar a Italo Calvino y su idea de que un clásico es aquel que se renueva con cada mirada. Y pensar en que los clásicos pueden ser películas convertidas, por el paso del tiempo, en obras a las que tiene sentido volver, porque queremos volver y confirman que ese deseo tuvo sentido, nuevo sentido. No me opondría, por ejemplo, a que aparecieran como clásicos Hechizo del tiempo (Groundhog Day, 1993) o Los imperdonables (1992).

En fin, en recientes vuelos de Aeroméxico -cuatro tramos, todas comidas horrorosas incluso peores que las peores, y hace años no era así de horrible- bajo el sambenito de “clásicos” había películas cuyo promedio de añejamiento resulta bastante sorprendente, al punto de la estupefacción. Había películas del siglo XXI, muchas, casi todas, en esa categoría. De hecho, la mayoría de los “clásicos” eran de esta década en transcurso. Y de verdad, simplemente ahí estaban las películas que no eran ni de 2017 ni de 2018. Sí, de verdad, les juro que había muchas películas de 2016. Se ve que los curadores del catálogo volador leyeron mal a Calvino y entendieron no que una película clásica es aquella que se renueva con cada mirada sino que las clásicas son re-nuevas.