Estuve como jurado de la sección oficial del Festival de cine de Gijón, en su edición número 56. Y con un número como ese al lado se hace presente la tentación de pensar en el cine de más de medio siglo atrás. El cine en los sesenta, el cine en los setenta, etcétera, su llegada al público, la variedad que ostentaba. Incluso el cine a principios de este mismo siglo tenía otro estatuto, otros aires de esperanza. Son momentos extraños para ver películas: el cine, los festivales, los directores, el público, la crítica… todo parece estar pasando por algún temblor. Se ha hablado muchas veces de crisis diversas pero tal vez estos momentos sean algunos de los de mayor incertidumbre, incluso mayor a la de fines de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, cuando el VHS parecía destinado a dominar el mundo. Estos tiempos siguen indicando que el arte que definió con mayor fuerza al siglo XX no tiene la misma preponderancia en el siglo XXI. Pero mejor hablemos de películas en lugar de estar girando en abismos vaporosos, que las películas vistas en Gijón fueron a sala llena (esa hermosa excepción de los festivales), y los días con mis compañeros de jurado fueron para atesorar.

La película de apertura de Gijón -y que también formaba parte de la competencia- fue La favorita de Yorgos Lanthimos, estrenada a fines de agosto en el festival de Venecia y que ha circulado por varios otras ciudades y viene generando rumores de diversas nominaciones a los Oscars y tiene fecha de estreno comercial en Argentina a fines de febrero. La película de Lanthimos es algo así como ultra cine, una especie de film monstruoso en términos de refuerzos en sus componentes, como si estuviera estimulado por tantos ángulos que, al imaginar su aspecto físico la visualizo como un superhéroe combinado con algún ser infernal. La favorita representa a un cine consciente de esta época, de estos tiempos en los que se le presta cada vez menos atención a aquellas películas que no son de franquicias arrasadores. La favorita, desde su mismo título, quiere ser adorada, quiere ser capaz de seducir. No, no capaz de, quiere arrasar con los sentidos de los espectadores. Los de siempre del cine, la vista y el oído, pero también apelar -como pedía Pauline Kael- a los otros: un cine arrebatador, una experiencia incluso agotadora. Y mucho de eso y de lo otro y lo de más allá hay en La favorita. Esta es una de esas películas que agregan y agregan, apilan y apilan: ínfulas kubrickianas, referencias malvadas a La malvada (All about Eve), cámaras que devoran espacios y escupen gastos en diseño de arte, pajarracos de obscenidad diversa, política de pacotilla, traiciones y contra traiciones a velocidad zumbante, y un trío de actrices que trabajan con talento, empeño, entrega y malicia, casi como mirándose desde afuera, y que van a tener las mil y una entrevistas para encuadrar más aún a la película en el aire de los tiempos, para atizar las polémicas, para que La favorita sea la favorita. Sus actuaciones y otros elementos faroleros, blindados y de alto impacto acompañan a esta ultra película hacia diversos triunfos. Para la mayor parte de las críticas el film de Lanthimos es muy bueno o excelente. A mí me pareció un artefacto de mucha carga de oportunismo, con un final que prefiere el camino del escondite y unas cuantas situaciones que sacrifican la coherencia en el altar de la crueldad. Ahora, a lo lejos, luego de algunos días, me parece una película clave para entender el cine de estos días. Y más a lo lejos y a la distancia le veo forma de respirador artificial.