Como pasa todos los diciembres (incluso en noviembre) aparecen los pedidos de listas acerca de las mejores películas del año. La idea rectora es el “balance”, la de elegir lo mejor y a veces lo peor ofrecido en la temporada (que no siempre se corresponde con el año calendario, aunque en la mayoría de los casos sí). Y desde ahí armar -o no- los resultados de algún colectivo en particular.

En los próximos días saldrá mi top ten para La Nación, y además me convocaron a votar en IndiewireLa encuesta de Indiewire tiene otras películas para elegir porque hay que poner criterios que puedan seguirse desde muchos países. El top ten de La Nación se hace sobre estrenos en Argentina, que en varias ocasiones son de principios de año pero que en sus países de origen fueron a fin del año pasado.

De esa forma, no es muy sencillo comparar listas. Y a todo eso se suman detalles como los estrenos exclusivos -o no tanto- de plataformas de streaming, las películas vistas en festivales y luego exhibidas en formatos de estreno muy limitados o no del todo oficiales, y esas otras películas sobre las que uno duda acerca de si se exhibieron cuándo y dónde y en qué tipo de presentación (algunas seguro que aparecerán como estreno en 2019, quizás), y hasta una nueva permisividad de los editores o quienes convocan a votar para mencionar cosas como series, especiales de televisión, estrenos en museos y vaya a saber uno qué más. Por otro lado, hay una cantidad de oferta tal y tantas posibilidades de ver eso que se ofrece en diversos dispositivos (¿qué cosas hemos visto en aviones los que tuvimos la suerte de viajar mucho y que no llegaron a verse en los cines? ¿qué cosas llegaron tarde y en realidad dialogaban mejor con la temporada anterior?). Antes, hace varios años que no son tantos, las listas de fin de temporada eran contrastables y podían generar algunas polémicas porque la base para elegir se compartía mucho más. La agenda del cine hoy es muy otra: hay gente que se niega a votar todo aquello que no se ofreció en salas; otros se quejan de no poder votar series firmadas por grandes directores (de cine), otros ya no se acuerdan de si algo se estrenó en diciembre o enero (y como las listas se piden en general al principio de diciembre se vuelve todo más impreciso y falto de rigurosidad). Y además la memoria se vuelve menos segura, más caótica, o hay lógicas estéticas que piden recortes distintos a los del calendario. Por ejemplo, en La Nación voté en el top ten 3 anuncios para un crimen, una película a la que le tengo un cariño especial pero que a la vez es de 2017 (se estrenó ese año en muchos países) y siento que dialoga más con el cine de ese año que con el de este que termina. Por otro lado, me parecía que me iba a costar llegar a diez películas preferidas entre las estrenadas en Argentina y luego me sobraron títulos. Tal vez porque muchas de ellas las vi en contextos distintos al de un estreno comercial, tal vez porque al ver mucho y decepcionarse en tantos casos se siente una pesadumbre que tiñe el ánimo, tal vez porque las diversas brújulas son menos compartidas que hace 20 años, cuando empecé a escribir en El Amante (y recién me doy cuenta de ese aniversario, en el que pensé con mucha anticipación y luego, en el momento, se me pasó).

La cartelera de cine cada vez nos convoca con menos convicción, y hasta se habla más de estrenos on line que de lanzamientos en cines y no hablamos tanto de las películas que nos gustan mucho, o quizás nos callamos -bah, en realidad no tanto- ante las acusaciones diversas por haber amado la del Tren a París de Eastwood (ahí tienen modernidad, clasicismo, osadía, narrativa y mucho más). Cada vez más gente medianamente informada no llega a anoticiarse de estrenos que podrían interesarle y que luego recupera en otros formatos y hasta cree que no estuvieron en cines. Y uno atesora cada vez más esos momentos tan habituales hace años y que ahora se dan cada vez menos, casi como excepción, como una reciente noche de tormenta de las varias que nos prodigó diciembre, hablando en la oscuridad de una noche sin más luces que los relámpagos y las películas puestas en perspectiva para estar de acuerdo, para disentir y para recordar que el cine se vuelve mucho más rico y apasionante cuando lo ponemos en común y cuando las películas nos motivan, nos interpelan, no nos dejan igual a como estábamos antes de verlas. Mi lista para La Nación aparecerá pronto, ahí podrán ver mis diez elegidas, pero ya que aquí tengo espacio libre agrego que me quedaron afuera por poco Días de vinilo (o sea Juliet, Naked) y ¿Quién mató a los Puppets? (o sea The Happytime Murders), dos películas a las que les tuve un gran cariño y que me hicieron pensar en otros tiempos, aquellos en los cuales los espectadores que no se dedican a hacer estas listas -al menos como parte de su trabajo- se enteraban de su existencia. Ninguna de las dos fue un gran éxito, y de hecho The Happytime Murders -asesinada en parte por el doblaje, otro signo espantoso de la actualidad- fue uno de esos fracasos brutales que nos hacen pensar -otra vez- acerca de dónde está, cómo es y qué necesita el público de eso que conocemos -o conocíamos- como cine. Eso que nos convocaba a ponerlo en común y a querer más y más películas. Felicidades, y que tengamos más cine -o un cine más compartido- en 2019.