En promedio, la crítica estadounidense ha valorado a la película animada Wifi Ralph bastante más que a La mula de Clint Eastwood, una película con ánima, con alma. Al menos por ahora es así, puede verse en Metacritic, y no hay indicios de que vaya a cambiar: la tendencia es clara y las principales críticas ya han sido publicadas, subidas, compartidas, etc. Sobre La mula escribí acá: link. Y ahora quiero escribir sobre Wifi Ralph.

Wifi Ralph se titula aquí y en varios países latinoamericanos, en el original es Ralph Breaks the Internet, y en España y en otros países se tradujo el título de forma más fiel al original: Ralph rompe Internet (y en Brasil es Wifi y también rompe). Esa fidelidad al título original, sin embargo, no le hace mucha justicia a la película, ya veremos. Mientras tanto, apuntemos que Earl Stone (el personaje interpretado por Clint Eastwood en La mula) se la pasa mascullando diversas broncas contra Internet, los teléfonos, la gente con teléfonos, etcétera. Lejos está de mí sumarme a las poses hipsters de los bares hipsters con sus propuestas hipsters -y ahorrativas- de que “acá no hay internet”, pero lo cierto es que Ralph no solamente no rompe Internet sino que, por el contrario, Internet rompe a Ralph. O al menos termina con la gracia tosca y más genuina que ostentaba el personaje en Ralph, el demoledor.

Wifi Ralph es un título que encaja mejor con este dispositivo disfrazado de película, con este signo de los tiempos dañado por los tiempos. Los tiempos narrativos de Wifi Ralph son puramente aditivos: pasa una cosa y se resuelve, y después se presenta otra, y otra, y así. No es tanto la lógica de un videojuego antiguo -en los que había alguna clase de crescendo- sino más bien la del salto de un video a otro en Youtube, o de un video viral a otro, o de un grupo de wasap a las historias de Instagram. Las conexiones son poco o nada causales, son más bien un amontonamiento que nunca da como resultado algo más que la suma de los elementos junto a un poco de dolor de cabeza y cierto embotamiento. Wifi Ralph podría durar bastante menos, bastante más… la cohesión le es ajena; es una de esas películas de las que creemos haber olvidado su centro pero la realidad es que nunca lo percibimos.

Wifi Ralph también ostenta, o carga con, otros signos de los tiempos: como pasa en Internet, de una marca exitosa podemos pasar a otra, sobre todo si casi todas las marcas de consumo masivo exitosas -algunas con la nobleza de lo popular y con raigambre clásica- pertenecen a Disney, que produce y vende a Ralph. Las “princesas” y diversos personajes de Star Wars, entre otros, aparecen, tal vez con liviandad y jocosidad, tal vez con obscenidad y prepotencia, y también como anabólicos para sostener los factores de venta de Wifi Ralph. “Todo está en Internet” / “Todas las marcas conocidas en formato multitarget” / “Todo eso que tiene el cine gigante puede venir todo junto” / Y todo puede ser guiño, referencia, con riesgo de vacío y de olvido… se narra poco aunque se lo hace con mucho ruido. Por otro lado, Wifi Ralph comparte con Intensa-mente (aunque en un grado menor de infamia e inanidad) la idea de “entrar en la psicología de los personajes” (ay) y sumar obviedad a la obviedad y que nos quede bien claro que Ralph aprende algo y que esta es una película de maduración, de aceptar los signos del paso del tiempo. O no. Quizás sea solo de aceptar mansamente las prepotencias de los tiempos sin honrar los tiempos del cine, justamente lo contrario de lo que hace Eastwood en La mula.