Hace un par de semanas me entrevistaron en el programa de radio “Pensándolo bien”, conducido por Jorge Fernández Díaz en Radio Mitre. Su primera pregunta fue un verdadero concentrado de sentido, uno de esos puntos de partida que no solo permiten explayarse con libertad sino que además encuentran, identifican un sentido flotante que se resume de forma muy contundente y seductora.

Fernández Díaz me preguntó por qué a él ya no le gustaba más el cine. O, de forma más desarrollada aunque menos concentrada, por qué más bien el cine ahora ya no le gustaba tanto como antes. La pregunta sobre el gusto, sobre cómo reaccionamos ante las películas desde lo más inmediato, puede verse como una pregunta de raigambre kaeliana. Pauline Kael tuvo, tiene y tendrá razón en tantas cosas… entre otras por saber que “queremos ir al cine” incluso a pesar de las películas, y por siempre haber sabido calibrar la importancia de nuestras reacciones más inmediatas ante las películas (y escribir sobre y a partir de ellas). Pero preguntar sobre el cine nos lleva a la trampa amplificadora de siempre o, más que a una trampa, nos puede llevar al mandato baziniano. Hablar de cine: pensar qué es el cine; el cine, ¿son las películas? ¿qué películas? ¿el sistema que hacen las películas? ¿qué sistema o sistemas hacen las películas?

Minutos antes de la entrevista yo había revisado la lista de los estrenos más taquilleros del año en curso y había observado –aunque no hay que ser demasiado observador- que las doce primeras en la recaudación eran todas secuelas o remakes. Es decir, nada nuevo… y con el naufragio fílmico de Toy Story 4 a la cabeza de todo (link aquí), concentrando aún más el consumo de marcas ya conocidas y que no logran retirarse con dignidad estética. En ese estado de las cosas, hagamos esa pregunta-ejercicio una vez más: ¿por qué no nos gusta más el cine? Bueno, porque el cine que nos rodea, nos abruma, el cine que copa casi todos los cines es un cine que nos tiene podridos, hartos, que se ha convertido en una cárcel insoportable; porque intenta -y logra cada vez más- ser considerado “el cine”. Realmente, ¿quién quiere ir a ver El Rey León en versión OTRA TECNOLOGÍA? Bueno, aparentemente mucha gente quiere ir a verla. Bah, al menos van. Ese cine gigante suele ser animado o alado o superheroado, pero es difícil de definir según algún género.

Y ese cine que Fernández Díaz hacía el ejercicio de añorar en la charla –incluso valorando a posteriori, en este desierto, thrillers que no nos gustaban tanto en los noventa- era el cine que solía definirse como comedia, o como policial, o como western, o como ciencia ficción, y como varios otros géneros que no necesariamente se presentaban en el formato hoy hegemónico de “mezcladito” multitarget y con guiños y guiños y referencias y preocupación malsana y adormecedora por estar a tono con cada reclamo y reivindicación del momento. Las doce películas más vistas: una docena de huevos envueltos en papel de diario, o más bien en tendencias de redes sociales. Películas-huevo de serpientes eclosionados a la intemperie, en el desierto en el que están convirtiendo al cine. O, mejor dicho, en este páramo en el que los espectadores –incluso los entrenados- ya no saben cómo encontrar las películas que les podrían gustar. Hay muchas más pero Badur hogar, El muñeco diabólico y En los 90 son tres películas con poco en común en términos estéticos que sí se han hermanado por motivos más tristes: casi nadie las vio, y eso que El muñeco diabólico incluía a Chucky, una marca ya conocida. Pero ni eso: las marcas no solo tienen que ser preexistentes: tienen además que ser prepotentes, tienen que copar casi todas las salas y sus campañas publicitarias tienen que hacernos creer que los Avengers y aledaños, Pixar y El Rey LeónIl Re Leone, repetía hace años Moretti en un corto, como queja premonitoria ante la omnipresencia de la versión animada- son todo el cine, para que de esa forma pensemos que ya no nos gusta el cine porque estos escombros que tapan puertas, ventanas y pantallas nos obturan la mirada. Pero sí que nos gusta el cine, y nos gusta tanto que tenemos que hacer cada vez más esfuerzos por encontrarlo y por seguir defendiéndolo, y por seguir comunicando su existencia. Es urgente, tenemos que rescatar el cine y nuestro amor por él: corran a ver Dogman, que sigue en cartel en el día en que esta nota se publica. No hay leones pero hay perros y mucho más, no se la pierdan (link aquí), que el cine sigue existiendo y sigue tratando de no ahogarse entre capitanxs marvxls y otras zarandajas.