Vimos una película en la que hacían propaganda anti cigarrillos, en la que los cigarrillos volaban absurdamente, en la que un cigarrillo finalmente aterrizaba y hacía explotar un comercio de petardos, en la que después de todo eso –o en el medio- un hombre y una mujer se enamoraban en movimiento y luego aterrizábamos en un musical en algo así como un aeropuerto, que se imponía a los espectadores con gracia e insolencia, mientras varios otros espectadores seguían entrando a la sala, majestuosa por cierto, incluso majestuosa en términos del majestuoso Johnny Tolengo. Brillos, brillos, brillos, telas, cortinados. Luces, adornos, un símil Disney pero no tan símil como en Disney. Un verdadero cine construido y decorado para fascinar sin sutilezas.

Hubo una persecución en las calles, una cabeza perforada con un pico como chiste fuera de cuadro. Y la persecución siguió hasta convertirse en una mega persecución al estilo de las rápidosyfuriosos y hecha rápido pero con poca furia y mucha irreverencia, mucha falta de respeto por la perfección de los efectos visuales y por la verosimilitud pero con devoción por la velocidad y la inventiva. Vimos un cumpleaños en el que ocurrían varios desastres y se sumaba otro enamoramiento. Y llegamos a un castillo regenteado por mafiosos. Y luego vino un incendio bestial y multiplicado por lógicas clásicas del gag mudo. Y más tarde aparecieron los protagonistas disfrazados de payasos en un parque de diversiones, centro neurálgico y de sentido de un cine pensado como eso, no como mera montaña rusa sino con ella más los autitos chocadores, la calesita, el gusano, el tren fantasma. Y así apareció otro castillo, embrujado a fuerza de dos truenos y un relámpago veloces, y una fantasma que se emperró en hacer un videoclip digno de los viejos éxitos del viejo pop latino. Y después –o antes, porque el orden y la terminación perfecta no reinan- disfrutamos en un frenesí cómico la secuencia gloriosa del “instant glue”, que pega todo a velocidad de comedia y lo despega a velocidad de elipsis y de necesidad de seguir a todo vapor; vayan a decirle a esta gente fervorosa que más es menos. Y explicaciones absurdas –como las de Scooby Doo- para desarmar la lógica de la fantasma y revelarla como viva y lista para el enamoramiento con el tercer protagonista. Más musicales, más delirios a todo lujo chorreante de marcas y colores, y hasta leones sueltos y peleas bombásticas y a todo ritmo y a toda hipérbole. Mientras tanto, aplausos, gritos y ovaciones con regularidad y la evidencia de un star-system vivo y renovado (avisen cuando lleguen los remplazantes de Pacino y De Niro así estamos atentos). Y la evidencia, también, de una sala más colorida y más brillante y un poco menos bulliciosa que la vida en sus alrededores. Vitalidad, entusiasmo, energía, entradas y comida y bebida baratas, el cine como espectáculo de ensueño para grandes públicos. ¿Un viaje en el tiempo? No, un viaje a la India.