Hay gente que afirma que el cine de estos últimos años tiende a eludir enfrentarse a su tiempo, a sus problemas, a sus encrucijadas políticas y de otros órdenes, que no discute las ideas, que se siente la ausencia de un cine de espíritu “crítico”. No estoy de acuerdo, pero no precisamente por la existencia de medianías como Green Book o el bodrio cum laude 12 años de esclavitud.
El cine no tiene más remedio que ser de su tiempo, toda película es del año en que fue hecha, le pertenece y hay indicios siempre, aunque la acción transcurra mil años atrás o quinientos años en el futuro. Pero más allá de esas nociones más o menos traducidas del Godard grandes éxitos, hay tres películas que conectaron con su tiempo y nos advirtieron que estábamos encaminados, condenados a estos tiempos desesperantes, en los que la razón, el lenguaje y su uso con algo de precisión, el pensamiento atento a la proporción y el pensamiento crítico, el que desconfía de los slogans virales, se han replegado hasta hacerse minoritarios, casi clandestinos, atacados con vehemencia por los convencidos blindados, los que están seguros de su seguridad a prueba de todo, incluso de evidencias contundentes, y no quieren que nadie los haga dudar y menos que menos revisar las ideas, o más bien las consignas por las que se rigen y actúan y piden que actúen los demás.
Sobre la primera de estas películas La idiocracia (Idiocracy, Mike Judge, 2006) -primera en aparecer y la primera que debería verse, tanto en su caso señor lector como también en el caso de los nuevos humanos que no paran de nacer- escribí muchas veces, volviéndome incluso reiterativo a fuerza de mi convicción de que es crucial y urgente hacerla llegar a la mayor cantidad de gente posible. Aquí tienen algunas de las veces que mencioné La idiocracia (link 1) y (link 2). Y aún más veces he interpretado el mundo actual, y cada vez con mayor frecuencia, a partir de la perspectiva de esa película virtualmente escondida, lanzada para garantizarse su fracaso, su ocultamiento (aquí se editó sin mucha alharaca en DVD). La película de Mike Judge -un sagaz y por ende pesimista analista cómico del mundo- explicaba claramente el proceso de idiotización que nos depositaría en un futuro en el que la gente cree que a las semillas hay que regarlas con una bebida energizante y no se burlaban ante la sugerencia de regarlas con agua. Sus argumentos a favor del riego con la bebida energizante se parecen a muchos que se repiten en estos tiempos como mantras desde hace meses así tengan mucho, poco o nada de sustento. La fórmula filosófica más extendida es más o menos así: “Pienso esto, ya lo decidí; luego, nada que lo contradiga existe. Y será negado y, llegado el caso, combatido y eliminado.”
Sobre Action Point de Tim Kirkby, más reciente y por eso -y no solo por eso, también por el desprecio fulminante y preventivo hacia Jackass y al arte de Johnny Knoxville- menos rescatada y aún con menos circulación entre su público potencial que La idiocracia, escribí acá. Action Point es una comedia que versa, entre otras cosas planteadas con energía y plasticidad cómicas, nada menos que sobre la responsabilidad individual, algo hoy totalmente pasado de moda, y hasta mal visto. Idiocracy fue valorada en promedio como un poco más que “buena” por la crítica, y Action Point fue algo así como lapidada. Las películas que le gustan más a la crítica, en especial a la estadounidense, son cosas como la mencionada 12 años de esclavitud. No es una impresión mía, pueden averiguarlo rápidamente en IMDb.
Idiocracy y Action Point, esas dos películas poco vistas, desconocidas y un tanto ocultas para la mayoría del público -incluso por aquellos que buscan comedias en medio de la progresiva sequía del género en los últimos años- son fundamentales como manifiestos políticos, y no a pesar de sino por ser de esas comedias que saben dialogar críticamente con la sociedad que las rodea, con el mundo que deciden mirar y satirizar, que se permiten observar con amplitud de miras, sin necesidad de hacer reverencias dóciles y acomodaticias a la cada vez más presente autocensura derivada de las ideas de moda y, sobre todo, a su veloz intento de imposición como pensamiento único, un proceso todavía más de moda. Estas dos películas imprescindibles permiten entender buena parte de la catástrofe y el remolino de sinsentidos en los que estamos inmersos y a algunos nos desespera, porque percibimos un mundo que mayormente se ha vuelto impermeable al conocimiento y que le parece, alegremente, o al menos inconscientemente, que está bien permanecer en esa tesitura. “Esto no lo sé porque no es estrictamente lo mío”, o “esto lo genera solo el programa, solo hay que poner dos datos” o “esto está todo detallado en las instrucciones de atención al cliente, en el PROTOCOLO predeterminado”. Esto se hace así, de esta forma simple y supuestamente a prueba de errores, y ya están listas y empaquetadas -lo que no siempre significa bien escritas- las instrucciones para que puedan ser puestas en práctica por cualquiera. No es demasiado necesario pensar, quizás hasta no sea alentado ni bienvenido, y por eso tendremos la botonera del hospital de La idiocracia. En Twitter, David Obarrio contó una experiencia que encaja total y tontamente en lo apuntado: no se lo quería dejar entrar a un comercio por tener temperatura corporal más baja que la mínima de un rango considerado normal. No era fiebre, era más bien al revés, pero estaba fuera de la norma https://twitter.com/alltuntun/status/1286360210978865154 La botonera de La idiocracia se adelantó varios siglos.
Continuará...
En la próxima columna hablaremos de la tercera película de este equipo altamente político, la de acceso más fácil de las tres en cuestión, disponible para suscriptores del servicio de streaming más conocido.