Opina Deporte

Si hay algo que se confirma en estos días, es el enorme daño que en todos los aspectos se les hace a los sectores más desprotegidos de la sociedad.

Los dolorosos tiempos del fútbol argentino tienen un por qué. Todo el mundo lo sabe, pero a nadie le gusta profundizar. Siempre nos creímos los mejores, defecto compartido con unos cuantos países que pensaban lo mismo. La simple cuenta de tener cada vez más futbolistas desparramados por el mundo, entrenadores que dirigían selecciones del Norte y del Sur, del Oeste y del Este, haber visto dirigentes argentos en los principales sillones del poder y ciertas Copas que nos emborracharon, ilusionan a cualquiera.

Mientras los vientos de la incertidumbre sacuden a la Selección, un tema preocupó al periodismo deportivo, casi a niveles de indignación.

Violando leyes y consolidando el mundo de los mediocres, ha comenzado con pena y lejos de la gloria, la autodenominada Superliga argentina.

El destino del deporte argentino es tan incierto como el del país. A días del inicio de la Superliga, a horas del fin de las transmisiones gratuitas y del retorno con todo de los monopolios periodísticos, la sensación de cataclismo es abundante.

Belén Casetta ya está en el olvido. Y el atletismo argentino también.

¿No hay más cronistas atentos en la prensa argentina? ¿No hay más quienes observen un hecho sencillo y luego lo conviertan en cuento fascinante?

Al fragor del Caso Centurión aparecieron las más diversas especies que pueblan el zoo del periodismo deportivo argentino. En realidad subespecies del gran zoo que habita en los medios.

La desesperación por encontrar una noticia que valga la pena llevó a nuestro periodismo deportivo a sudar la gota fría en estas vacaciones invernales. Los suplementos deportivos y los noticieros de TV no hacen más que hablar de transferencias intrascendentes y dedicarles toneladas de mal tiempo al fútbol de otros continentes.

¿Cuál ha sido el gran mal del deporte argentino de las últimas décadas? Sin duda, la falta de dirigentes. O para ser más precisos: la ausencia de austeridad y buen manejo en la casi totalidad de las instituciones.