Opina Deporte

Enrique Gastañaga, periodista de Clarín, advierte en las primeras líneas del reportaje publicado el sábado 5 de noviembre, que Claudio Borghi quiere hablar de fútbol. Y que así, con esas condiciones, lo recibirá en su hogar chileno desde donde se divisa la Cordillera. Quien hubiese dicho hace un tiempo que los protagonistas del fútbol, aleccionarían a los cronistas sobre el tema más elemental: “Che, mirá que quiero hablar del juego, del deporte”.

Si hay una persona en el ambiente del fútbol argentino que desde hace tiempo no tiene una pizca de credibilidad, ése es Guillermo Marconi. Desde que entremezcló su vocación por los flashes y las pantallas con sus volteretas profesionales para sentarse en cuanto sillón se cruzara en su mira (dirigente sindical de un sector de los árbitros (SADRA), secretario general del Sindicato Argentino de Empleados y Obreros de la Enseñanza Privada S.A.E.O.E.P, Coordinador General del Observatorio de Prevención del Narcotráfico) nada hizo bien. Sobre todo en sus tres décadas de intento por acceder, después de su paso como árbitro, al mote de periodista.

¿Cómo darle un adiós a quien pensaba tan distinto? Quizás, sencillamente, transformando este adiós en un simple hasta luego. Algo parecido al débil “hasta pronto” que cortaba nuestros diálogos, sabiendo que en los últimos años la distancia política era más grande que la distancia ideológica, y quizás menos extensa que la distancia impuesta por nuestras múltiples coincidencias deportivas.

Cual hermosos y hermosas piqueteras, miles y miles de maratonistas cortaron por más de tres horas las calles céntricas de Buenos Aires, para llenarse de orgullo por ser parte de la carrera más grande de Sudamérica. Eso les dijeron.

Menudo problema para el periodismo deportivo. La Selección argentina de Futsal se consagró campeona mundial en Cali y así, una disciplina relegada, ninguneada y desalojada de las crónicas y seguimientos, pasó a consagrarse como tapa de los diarios y zócalo reiterado de los noticieros. Encima, Maradona vio los cinco goles ante Rusia y se despachó con lo suyo.

El mismo día en que el secretario de Deportes de la Nación declaraba que no le corresponde ocuparse de la violencia en las canchas porque ello es cuestión del ministerio de Seguridad, la barra brava de Vélez estuvo a punto de ejecutar a sus propios jugadores llevando adelante la moda del momento: “hacer justicia por mano propia”. Si esta conducta, tan propagandizada desde la Casa Rosada y alentada implícitamente por varios medios de comunicación, no era frenada por algunos policías, hoy estaríamos asistiendo al primer linchamiento de futbolistas en un vestuario durante un partido acusándolos de una derrota.

Imagínese esta escena un domingo a la noche: usted enciende la pantalla y observa a Jorge Lanata pidiendo disculpas a su audiencia y realizando una autocrítica por todas las mentiras de sus investigaciones y el trato calumnioso e ignorante sobre los más variados temas que llevó adelante en PPT. Claro que esto jamás lo verá. Porque Lanata jamás pedirá perdón a sus seguidores. Y eliminó la palabra autocrítica de su vocabulario.

Primer acto: Usain Bolt se va de farra en Brasil después de ganar unas cuantas medallas de oro. La prensa lo festeja, publica fotos con chicas, con copas llenas y luego el ídolo del atletismo mundial reposa, sin que nadie lo censure.

Después del triunfo de la Selección ante Uruguay en Mendoza, dos cuestiones vinieron de perlas para la vieja cuestión: ¿deben los periodistas deportivos conocer mucho más de política y dar sus opiniones?

Ponerle un dos a un jugador de fútbol es algo muy sencillo para un periodista. Solo cuesta mover un dedo sobre el teclado, arriba a la izquierda, por encima de la W.