Opina Deporte

En un momento en que aparece un grupo de millonarios que piden a sus países que suban más los impuestos, resulta que en la Argentina abre la boca un ex futbolista que pretende que aquí nos pasemos por el forro las leyes, nos pasemos por el forro la mínima solidaridad de una sociedad con quienes menos tienen, y entonces aparece en las pantallas que lo hicieron rico para quejarse de los importes que paga por impuestos.

Ha muerto el “Gato” Romero. Eduardo Romero, golfista e intendente de Villa Allende en Córdoba, falleció el domingo pasado luego de padecer un cáncer, al que la mayoría de los medios se niega a nombrar. La frase “producto de una larga enfermedad” reina en la mayoría de las notas necrológicas, sofocadas por la vieja y mala costumbre de no llamar a las cosas por su nombre.

La respuesta, hace unos días, de un Juan Román Riquelme tibiamente enojado a un cronista de TV de TyC Sports (Gastón Recondo) quizás sea el registro más preciso del ancho mundo de los entrevistados frente al pretendido “poder” de la prensa especializada, que muchas se especializa en no saber nada de nada.

Mientras los canales deportivos anuncian la tierra prometida de una nueva programación (TyC Sports llegó a hablar en sus publicidades de una “nueva era” a partir del 31 de enero) y el público confirma ante las pantallas que nada de eso han logrado y que la degradación del periodismo continúa, la diferencia en la prensa deportiva 2022 la siguen marcando los periodistas que rompen los añejos moldes de gritar-cubrir un entrenamiento-gritar- ir al mercado de pases-gritar- hablar de lesionados-gritar-pedir cambios en un equipo.

Si el proyecto de ley que anuncia el senador Oscar Parrilli se convirtiera en realidad, la sociedad argentina habrá recuperado un poco de justicia deportiva y el periodismo deportivo tendrá un espacio más de libertad.

(A continuación se publica un texto seleccionado de años anteriores del archivo personal de Pablo Llonto, quien se encuentra de vacaciones - Columna publicada en Revista Un Caño) El deporte – y nos atrevemos a decir que el mundo también – mejoraría mucho si todos fuesen como Martín Sharples.

(A continuación se publica un texto seleccionado de años anteriores del archivo personal de Pablo Llonto, quien se encuentra de vacaciones - Columna publicada en Revista Un Caño) Devolver la Copa del ‘78 sería un gesto para demostrar que no somos insensibles ante la evidencia de una historia horrible que nos involucra. Preferimos la fantasmagórica FIFA a las manos de un genocida. Descolgar un cuadro, o devolver la Copa para que luego nos la entreguen otros, son actos mínimos de reparación.

Dos reportajes muy recientes mostraron dos pensamientos, y dos cerebros, muy distintos. El de un futbolista y el de un periodista deportivo.

Dos frases remanidas e impotentes aún recorren los ambientes del deporte. “Yo hago periodismo deportivo, no me meto en política” y “yo de política no entiendo nada, juego al fútbol”.

No abundan en nuestro gremio, por ello hay que destacarlos. Ya saben ustedes que una parte de quienes ejercen la prensa deportiva en todo el país o se creen entrenadores, o se creen futbolistas, o se la dan de atletas. O de sabihondos, que es peor que todo lo demás junto.