¿Será tan difícil contar la verdad? Si el objetivo de tanto homenaje a los cien años de la radiofonía argentina era lavarles la cara- y el pasado- a unos cuantos horribles personajes y dueños de medios que afearon la comunicación y el periodismo, pues han cumplido.
Esta celebración en bloque, basada en la idolatría a un puñado de apellidos, como si “la radio” sólo fuesen aquellos que gozaron épocas de alto rating y no las decenas de miles de mujeres y hombres que dejan la vida en el anonimato para hacer buena radio, ha sido una mirada sucia, contaminada y absurda de cien años donde hay mucho para señalar, para que nunca más ocurra.
Nos toca la rama deportiva. Tal vez un veinte por ciento de ese mal periodismo que contaminó el aire de 1920 en adelante.
Ya bastante se equivocó el presidente de las y los argentinos en decir el otro jueves que se acordaba de Muñoz (José María Muñoz, de la Oral Deportiva) “ cuando relataba los partidos, pero que sólo escuchaba a mi querido Argentinos Juniors cuando jugaba con Boca o con River, por eso vivía pendiente de lo que pasaba en otras canchas esperando el pip para ver si Argentinos hacía un gol”. Pero olvidó al verdadero Muñoz, el del eterno oficialismo, el comerciante del periodismo que cometió la mayor de las afrentas alentando a la dictadura con su discurso anti Derechos Humanos.
En especial en aquel septiembre de 1979, cuando la radio, y la radio deportiva, con “ilustres” nombres a la cabeza, encabezó el llamamiento para apoyar al dictador Videla y a los seleccionados argentinos y así opacar y agredir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA que vistaba el país para corroborar desapariciones, torturas, crímenes, campos de concentración.
En la memoria de muchos aún están los siete años, ocho meses y quince días de la radio (y las radios) de la dictadura. Cuando el fútbol tapó todo, como canta bien León Gieco.
L a radio fue eso. Fue también la falsificación de los relatos, otro gran atributo de los malos periodistas que inventaban estar en lugares que no estaban, transmitir desde los estudios diciendo que estaban en el Maracaná o a la vera de un camino en una carrera de un autodenominado deporte (automovilismo).
Fue la soberbia de Fernando Niembro y su periodismo con altares a los chivos, a la dirigencia de la AFA que encabezaba Julio Grondona, y a los monopolios de la televisión que impedían que las mayorías viesen los goles.
Fue el irrespetuoso trato a las leyes laborales, con Enrique Macaya Márquez comentando- siempre en forma anodina- al mismo tiempo para radio Rivadavia y la televisión el mismo partido impidiendo la creación de fuentes laborales.
Fue el maltrato, la homofobia y la burla de Aldo Proietto a futbolistas y periodistas jóvenes de su equipo.
Fue la pedantería y los crímenes contra el idioma de Guillermo Nimo en la noche de La Red bajo aquel castigo de programa llamado “Nimo no perdona” en casi una década y pico de mamarrachos explícitos.
No será aplaudiendo a quien lleva más años frente a un micrófono que haremos la historia de la radio. Mucho menos callando las miles de imprecisiones y rumores, fake news y chismes de alcoba que diariamente se fogonean y esbozan bajo risitas viles.
La radio también es una larga lista de personajes grotescos que aún faltan enumerar, y que más de un argentino o argentina de buena memoria, se animará a registrar en alguna otra página, vecina a esta.
Porque no somos el país del olvido que pretenden.