¿Por qué la multitudinaria fila de quienes pretendían despedirlo en la Rosada tenía inmensa mayoría de gente humilde? ¿por qué gran parte del mundo del rugby y la dirigencia de la UAR no sintieron pena por su muerte? ¿por qué los periodistas millonarios lo desprecian tanto? ¿por qué los medios hegemónicos le caían encima por su posiciones políticas y su piel peronista-kirchnerista?

Diego dividió las aguas. Pero de un lado puso al mar y del otro a la cristalina, pero impura, laguna de los countries.

Queda una inmensa tarea en el periodismo deportivo. Construir una prensa maradoniana que se refleje en los buenos espejos deportivos y personales que él supo pintar en casi medio siglo de vida alrededor de los medios.

Los malos espejos, ya lo sabemos, serán expuestos para que no se repitan. De hecho él, pidió disculpas, hizo autocrítica, supo encarcelarse y dimitió ante la soberbia de pensar que se las sabía todas.

Sus lágrimas en aquella Bombonera que lo despidió, al decir “yo pagué”, eran de verdad.

Diego no tuvo periodistas preferidos. Ni periodistas amigos. Ni aún los chupamedias que sólo lo adulaban para obtener el beneficio de una nota pero lo destrozaban en las intimidades de las cenas de prensa. 

O los que convertían la estúpida y alienante frase “una cosa es el Maradona jugador y otra cosa Maradona persona”, sin saber o sabiendo que a Diego le causaba risa. Maradona era indivisible. Como indivisibles somos todos.

El que lanzó los balines a la prensa para que cesara el acoso periodístico sobre su quinta, era el mismo que después te regalaba diez minutos de su vida (¡diez minutos de la vida de Maradona!) para tu canal de cable o programa de radio que tenía menos uno de rating.

¿Ya habrán pedido perdón los acosadores de aquella tarde de febrero de 1994 enviados por sus patrones o sus jefes a poner la cámara adentro de la intimidad de una familia? ¿ o creen aún que violentar la paz de quien terminaba su contrato con Newell´s merecía algún premio periodístico?

Diego fue capaz de ir él solo a la fiesta que Clarín le hacía al plantel de los campeones del mundo 1986 dos días después de la obtención del campeonato del mundo (mientras todo el plantel se ausentaba en repudio a la posición antibilardista de los jefes de Clarín Deportes) para no defraudar la promesa que le había hecho a este redactor, y fue capaz de negarle notas a Clarín por dos años en repudio por el despido de un delegado.

Si cincuenta años son más de 18.000 días y Diego charlaba con más de un periodista por día en sus momentos más ardientes, no está mal calcular que unos 18.000 periodistas habrán hablado con él en su corta vida. Cálculo estrafalario y bobo si los hay, que al menos sirve para estimar a cuántos periodistas les dijo sí en su interminable carrera de genio.

Los hubo malos, buenos, sobones, críticos, adulones, ignorantes, enciclopédicos. Todos y todas con el dedo alzado para juzgarlo. Uno de ellos, Macaya Márquez, genuino representante de la prensa-olfa con el poder y sobre todo con el triste y corrupto grondonismo, dice ahora en 2020 que “estuvimos dos años sin hablarnos”. No Macaya, fue Diego el que te quitó la palabra, y ya muy pronto te dirá la verdad.

Ahora es tiempo de las juventudes periodísticas que tienen que sepultar la mala prensa que nos averguenza desde los tiempos de la dictadura y la que aún perdura colocándose del lado diabólico de la grieta.

Aprendan un poco de pueblo de la historia de Maradona. Aprendan por qué llevaba los tatuajes de Fidel y del Che. Aprendan por qué hay enojo multitudinario con el chetaje y racismo de algunos rugbiers engreídos y caprichosos que desprecian y odian a la gente que vive en Fiorito y en todo lugar que se parece a Fiorito sea aquì, en Bolivia o Paraguay.

Las lecciones de Maradona al periodismo, que incluyen el “no molestar en la vida privada” o el “si querés exclusiva para hacer dinero, pagá”, pueden agolparse en un libro. Ojalá se escriba, para que sepan qué maestro del periodismo se nos fue un 25 de noviembre.