Cuando a esta altura del año las noticias sobre la herencia de Maradona (tema que jamás merecerá el calificativo de noticia ya que es una cuestión de la intimidad de una familia) se publican en algunas páginas deportivas, es cuando más nauseas provoca la realidad de la prensa que dice entender de los deportes.

En este 2020 único que, jamás se perderá en los pliegues de la memoria, el deporte fue una máquina de producir noticias, la mayoría de ellas seriamente desatendidas. Basta una muestra: la preparación de decenas de miles de deportistas en los tiempos del aislamiento. Pero no de los de arriba, teníamos que mirar a los de abajo.

La muerte de Maradona, acontecimiento del que inmediatamente algunos medios hicieron negocio ( ya están circulando los oportunistas números especiales para lograr unos pesos más), fue tratada de una manera tan desconcertante en general que a veces era preferible buscar aciertos en los medios de otra parte del mundo, antes que en las reflexiones repletas de lugares comunes de nuestra prensa. Un detalle: es tanta la voracidad por hablar sin sentido, que aún hoy gran parte de la prensa argentina es incapaz de eliminar de su repertorio el absurdo análisis de “una cosa es analizarlo como futbolista, y otra cosa como persona” como si los seres humanos viniésemos en dos envases.

Los escándalos, la violencia, y el racismo de algunos jugadores de rugby, mentalmente alineados con las minorías oligárquicas de la Argentina, brindaron la segunda oportunidad para conocer por dónde anda la capacidad analítica de los y las periodistas del país. La manada de la prensa, corrió hacia el facilismo de generalizar un deporte con sus exponentes más privilegiados. Olvidaron así el detalle nada menor de los centenares de clubes que en los lugares más humildes intentan sacarle al rugby el indebido calificativo de “deporte elitista”. Por eso, nuevamente, la simplificación fue el gran pecado.

Y semejante desacierto tiene sus orígenes en el desmadre general. El huevo de la serpiente. Noventa por ciento de los periodistas deportivos en el país están dedicados a hablar de fútbol, y de fútbol profesional. Se educa, se vive, y se gana plata por darle a la lengua alrededor de una pelota. Y encima se habla desde la lejanía de no recorrer ni las inferiores ni los laberintos del mundo del fútbol.

Quizás una salvación llegue de la mano de las mujeres periodistas que ahora desembarcan lentamente en los medios, como parte de las conquistas de la ola verde feminista. Ahí se palpita una esperanza. Serán ellas quienes tendrán que comprender que nunca, nunca, el estrellato es para los periodistas, sino para los deportistas. ¿Podrán?

Mientras Fantino discute con Closs y nada surge de sus ingratos debates, Ruggeri cancherea, Pagani grita, Benedetto cita al nazi Goering, y la Oral Deportiva reivindica todos los días al periodista de la dictadura José María Muñoz, las estrellas de la TV deportiva escapan de los libros, de la historia, de la política en serio, del sentido común y, lo que es peor, escapan del más básico de los principios de un buen periodista deportivo: darle bolilla a todos los deportes y a todas y todos las/los deportistas.

Por eso 2020, pandemia mediante, se va como otro año más. De desperdicio. Mejor olvidarlo. Mejor olvidarlos.