Día tras día la deprimente monotonía de la prensa deportiva argentina obliga al recurso conocido de buscar en las páginas extranjeras un poco de consuelo. Juan Irigoyen es un periodista de El País de España que dedica cierta parte de su tiempo al deporte femenino como aquí no sucede. Él ha publicado hace unos días un artículo sobre las múltiples agresiones que los futbolistas reciben en las redes sociales y cómo se generaron espacios de resistencia y de protesta en manos de ídolos europeos.

¿Tema menor? No, no, tema mayor…porque se trata del odio.

Un elemento conocido en estas tierras, que no sólo elige como víctimas a los y las deportistas. Mucho más se ensaña con quienes desde lo más humilde de las sociedades intentan dar pelea contra el capitalismo y su miseria, hambre,  desempleo. 

Pero detengamos el análisis en el deporte. Con su artículo Irigoyen se adentra en el creciente problema que navega por Twitter, Facebook e Instagram, cuando miles de miles anónimas y anónimos eligen a futbolistas para darles duro con su lenguaje racista, homofóbico, patriarcal y de clase. 

Nada que no suceda aquí en la Argentina, aunque una diferencia nos sepulta. Si no es por la minoría de periodistas que aún dispara dignidad desde las trincheras de la prensa alternativa, el mundo hegemónico de las pantallas calientes y los medios comerciales, desatiende esta tragedia.

Me gustaría que ustedes, las 200 millones de personas que me acompañan, se pudieran convertir en los 200 millones de motivos que existen para hacer de las redes un lugar seguro y de respeto. Espero que me acompañen y apoyen en esta cruzada”, escribió Leo Messi en Instagram para sus doscientos millones de seguidores despertando así un cacho de consideración a la ola violenta que sacude a sus colegas. Muchos le harán caso, otros no. Porque aunque usted no lo crea, a Messi, sí a Messi, lo insultan también de arriba para abajo.

La actitud de Messi, de breve difusión en nuestras tierras, no generó mucho más en el periodismo local.

Desterrar el odio en la Argentina es tarea difícil que cuenta con dos enormes herramientas a las que todo gobierno debe mirar: educación y medios de comunicación. Estamos mejor en la primera que en la segunda. Gracias a la dirgencia docente de todos los niveles y a su militancia de base. Pero el deporte allí no ha ingresado aún con toda la fuerza que debería. ¿Para cuándo las campañas importantes y permanentes que enseñen a niñes que la camiseta del rival no es la del enemigo? ¿Para cuándo enseñar a desterrar la violencia de las canchas y de las redes?

A los medios qué pedirles, si andan preocupados por elevar sus niveles de agresión ya sea en la previa de un River-Boca o en los análisis de la vida de quienes habitan los barrios más humildes, o son sindicalistas o decidieron transitar el lado izquierdo de la vida.

El artículo de Irigoyen muestra las alternativas para encarar este problema que crece y abunda, colocando a Messi y su actitud de hablar del problema, como un disparador para que nos ocupemos del tema. 

Quienes pensamos aún que la pandemia es el maldito hecho que nos hará un poco mejores, miramos cada pequeño brillo de esperanza para aplaudir.

La nota española lo fue. Sólo se trata de esparcila.