(A continuación se publica un texto seleccionado de años anteriores del archivo personal de Pablo Llonto, quien se encuentra de vacaciones - Columna publicada en Revista Un Caño) El deporte – y nos atrevemos a decir que el mundo también – mejoraría mucho si todos fuesen como Martín Sharples.

Ya es sabido que el exceso de información deportiva nos ha llevado a la mismísima ignorancia. Canales deportivos, suplementos, estadísticas, abundancias internacionales, por internet podemos ver el mismo momento en que se ejecuta un corner de la novena división de Andorra. Por eso usted no habrá leído o visto nada de Sharples.

Si en cambio es lector consecuente de Un Caño sabrá que el muchacho perdió una pierna a los 26 años por una accidente en moto. Era rugbier. Y tenía una conciencia social de la hostia. Desde entonces no hay carrera solidaria o lugar que necesite un mensaje o una ayuda donde Miguel no esté presente.

Desde fines de los noventa Martín es el señor de las maratones. Especialmente de una, La carrera de Miguel, ese maravilloso invento del periodista italiano Valerio Piccioni que se celebra en Roma desde 2000 y en más de diez ciudades argentinas todo el año. Recuerdan, mientras corren, al atleta argentino desaparecido Miguel Sánchez. El joven de Berazategui secuestrado por el Ejército en 1978 que fue llevado al centro clandestino El Vesubio (Ricchieri y Camino de Cintura) y asesinado por las patotas que comandaban Héctor Gamen, Durán Sáenz y Hugo Pascarelli. 

Fue en la primera carrera que participó (2003) cuando Martín intentó cumplir la meta. Con su pierna ortopédica dio pelea, pero la prótesis se rompió al kilómetro y medio de la partida. Cuando llegó a la meta, retrasado y de mal humor, revoleó el pedazo de metal. Los romanos igual, lo ovacionaron.

Otro año se fue en silencio. Ni siquiera le avisó a su gran amigo Valerio el organizador. “Le caí un día antes, en un restaurante. Valerio no lo podía creer. Desde que llegué no dejo de llover. Nunca La Corsa di Miguel se había corrido con lluvia. Haciendo la entrada en calor veo miles de corredores más que en 2003. Largamos y la elite se aleja. A mi ritmo lento muchos corredores me pasan. Antes de los dos kilómetros siento la voz de Hernán Varela un compañero exiliado argentino en los 70. Corremos  algunos metros y yo le digo ‘andá, mi ritmo para vos es lento; eso sí, buscame en el final que quiero terminar junto a vos’. Más adelante Claudio, un atleta italiano, me dice si podía correr conmigo, que no le importaba el tiempo pero sí acompañarme. Lo acepté por supuesto. A los pocos metros siento que se afloja la prótesis y me vino otra vez la sensación del 2003; sólo se había despegado el abrojo del cono. Quedó un poco desalineada pero segura. Al cumplir una hora  de carrera teníamos el 75% del recorrido realizado pero me seguía el mal recuerdo del 2003 y fuimos más lento. En el kilómetro nueve veo a Hernán, ahora sí estoy seguro de llegar juntos con Claudio. Fue todo más relajado y sentí al fin que estábamos homenajeando a Miguel y a los 30.000 desaparecidos.Entramos en los cien finales en un abrazo interminable con Hernán y Claudio”.

En el periodismo bregamos ciertas veces con un dilema intelectual. Que en realidad nos viene de un viejo dilema comercial: ¿Qué es noticia? ¿Aquello que todos buscan y más consumen?

Martín Sharples nos ayudó siempre a resolverlo en una forma correcta. Contar su amor al deporte, contar sus sencillas historias por el mundo forman parte de la enorme libertad que se respira en esta revista. Donde los héroes, a veces, son los héroes.