“Ellos han marcado un gol y nosotros, no. La explicación más fácil en el mundo del fútbol”, resumió Jürgen Klopp, técnico del Liverpool, cuando del otro lado, ansiosos periodistas esperaban un sermón táctico que les permitiera dar rienda suelta a sus oratorias de toda una semana.

De esas oratorias inservibles ustedes serán testigos en los próximos días cuando observen los paneles sesudos de los canales deportivos.

Nueve remates al arco atajados por Courtois. Allí está exhibida la simpleza de la última final de la Champions. Cuando hay un arquero excepcional, cuando el azar juega su partido y cuando el Real Madrid tuvo al menos un acierto, en un juego que premia los aciertos, ya está. ¿Que otras vueltas verbales se le pueden dar a un resultado que no sean las del bla, bla, bla?

Pero hoy el Liverpool es noticia porque fueron recibidos como héroes. Sí, los subcampeones de Europa premiados por ser segundos.

Esto de ver multitudes al lado del micro de los derrotados, debería ser una costumbre mundial. Una forma de acercarse a la vida, que no es otra cosa que esto: saber perder hasta el límite de disfrutar también en las derrotas. 

De los malnacidos aportes que el bilardismo dejó a ciertos periodistas argentinos, uno es el que puede reflejarse en estas declaraciones del ex entrenador de la Selección 86-90. “Campeón hay uno solo”, dijo Bilardo en buena parte de su vida, desmereciendo así la importancia de los demás. El segundo, el tercero, el cuarto y todo lo que viene después, para mucho periodismo no merece una palabra. Si usted desea entender un poco este barullo, metase en este sitio https://www.youtube.com/watch?v=QRSQeeJccTs y verá lo que es ahogarse en su propia medicina.

Bilardo llora ante el periodista (ex futbolista) que pretendió sacarle la frase “si no salimos campeones, esto es  un fracaso”. Su terrible sinceridad le sale en forma de lágrimas, pese a que su boca le ordena no ceder. Bilardo admite que se olvidó de vivir por su locura que lo llevó a no admitir que se gana y se pierde, y que muchas veces derrotada, la gente regresa a casa feliz.

No es otra cosa que una lección más para la vida. 

Hoy un sector de la sociedad y de la prensa se llena la boca con la meritocracia, que es el equivalente bilardista aplicado a la realidad cotidiana. Algún día tendrían que saber que son miles de millones quienes trabajan tanto o más que aquellos que accedieron a la cumbre luminosa de sus carreras, sus desempeños o sus negocios.

Y que nadie llegó a la cima sin que antes otros miles construyesen el camino o simplemente permitieran que los premiados con el oro tuviesen una competencia donde ser premiados.

La lucha por la equidad de género en el deporte es parte de este debate filosófico, como lo es la simple reparación de injusticias cuando se trata de manera privilegiada a los mal llamados clubes grandes o grandes seleccionados en las competencias internacionales.

No es que lo del Liverpool y su gente les saque las manchas a los codiciosos empresarios y dirigentes ingleses que sólo ven al fútbol como negocio. Es simplemente un alivio al corazón.

Pero al menos hemos visto este fin de semana la ilusión de que en alguna parte del mundo se festejan los esfuerzos y no los resultados.

Y encima con hinchas que eligieron entre su cantos, Dale alegría a mi corazón, de Fito Paez.