Mientras en estos momentos hordas de niñes y estudiantes se abalanzan sobre los kioskos del país levantando un grito-súplica “¿le quedó un sobre de figuritas del Mundial?”, en la empresa Panini se frotan las manos con las mega ganancias que en todo el mundo desata la fiebre por completar el álbum de Qatar 2022.

La Unión de kiosqueros le reclama al presidente (es decir al estado) o a quién sea, que le paren la mano a la picardía de Panini. Los acusan de abrir canales de venta en supermercados y otras vías que afectan los ingresos de miles de kiosqueros en el país.

Aparece así ante la escena pública un nuevo escenario donde confrontan los siguientes elementos: el derecho de los fanáticos o simplemente de pequeños y pequeñas que quieren llenar el álbum de sus ídolos ante un Mundial que se avecina. El negocio de los codiciosos, que ante una moda que se repite cada 4 años (la Argentina es uno de los países que más figuritas compra a este consorcio italiano) hacen aquello que los capitalistas proclaman sin vergüenza: primero la plata, después todo. 

En el medio, el derecho de los futbolistas, que venden -por intermedio de sus sindicatos, o por medio de las asociaciones de fútbol de cada país- los llamados derechos de imagen para que otros los exploten de las más variadas formas.

Y de pronto…el reclamo al estado, para que detenga a estos ambiciosos y permita que los más pequeños también puedan beber algo de la fuente de abundancia.

Eso que algunos llaman, el reparto de la torta.

Y otros llamamos, más correctamente, la distribución de la riqueza.

Los medios le han dedicado unas cuantas páginas y unas cuantas horas al asunto de las figuritas del Mundial. En algunos casos, por boca de periodistas deportivos que alguna vez fueron infantes que se pelearon por la figu del Diego.

Este episodio no es otra cosa que una expresión vieja (Panini inició la venta de figuritas del Mundial en México 70) de los diversos aprovechamientos que el capitalismo realiza con el deporte. Sacarle el jugo a todos los eventos, campeonatos, deportistas y clubes que puedan. La gente, que se joda. Que sólo accedan los de más poder adquisitivo.

En el medio, las multitudes, atraídas por el encanto de un fenómeno popular, diversifican sus rutinas entre comprar en el kiosko, buscar en otras partes y navegar por internet en algún mercado no tan libre donde ya hay figuritas que valen fortunas, a la espera del sueño máximo: exhibirse ante propios y extraños como el único (o la única) que logró completar el álbum.

De pronto, un reclamo al estado. ¿se debe meter el estado en un asunto como éste? Por supuesto que sí, como debió meterse frente al monopolio de la transmisión de partidos allá por 2009 cuando la Ley de Medios fue comprendida por un sector importante de la sociedad como una reivindicación que tenía sentido en el acceso a la comunicación y a la información. O sea Fútbol para todos.

En tiempos de una prensa deportiva (y otro sector de la sociedad, más pudiente) que cree que el único derecho es el de la propiedad privada, bueno es que sepan que hay decenas de derechos que están por encima de aquel. Incluyendo el derecho a que no te pasen por encima, cuando además está de por medio la felicidad de niños.as y padres.madres. 

¿O usted jamás soñó con tener la figurita de Pelé, Maradona o Messi en su álbum? 

Ante cada necesidad, un derecho. Dijo alguien hace tiempo.

Cuánta verdad. Y no de figuritas.