Pocos rostros más felices que los vistos en la tarde del domingo en la Bombonera. En la cancha, las campeonas de Boca. En el público, la felicidad de un momento histórico y placentero.

 O lo que es similar, la confirmación de la buena senda de una lucha poco difundida en esta historia: aquellas pugnas feministas que dieron y dan batalla por una igualdad, aún lejana.

Mientras una nube oscura se posa sobre Italia con amenazas antifeministas, todo lo contrario sucede aquí con acontecimientos como el de ayer en Boca. 

¿Es para tanto celebrar las 25.000 personas en el estadio para presencial la final de fútbol femenino Boca-UAI Urquiza?

Sí. Porque si no se conoce la historia de sufrimientos y maltratos en los clubes, nada de esto tendría un marco celebratorio.

Y aquí se incluye al periodismo deportivo, que marginó y margina a las mujeres. 

Ni hablemos del periodismo en general. Aún dominado por las agendas de ignorantes conductores cuya cabeza elitista expulsa a las mujeres y a todo lo que no es negocio. “El 40% de los participantes en los deportes son mujeres, pero los deportes femeninos sólo reciben alrededor del 4% de la cobertura de los medios de comunicación deportivos. Y, de esa cobertura limitada, las mujeres a menudo son objetivadas o degradadas”, señala un informe de Unesco.

Que la noticia de Boca campeón en fútbol de mujeres haya llegado a la contratapa del suplemento deportivo de Clarín o a la tapa de Olé representa, para nosotros, un homenaje a quienes dieron y dan todo para sacar a las actividades deportivas femeninas del papel secundario al que fueron relegadas por dueños y manejadores de los medios.

Ese machismo imperante ha retrocedido muy poco. De hecho, mañana mismo el fútbol femenino volverá a ser discriminado y olvidado por la omnipotencia mutiladora de un periodismo dominado por hombres.

Un ejemplo de ello se encuentra en el mismo suplemento deportivo del lunes 26 de septiembre. Allí, el despliegue de una noticia sobre un atleta varón es impactante. Dos páginas para el keniata Kipchoge escrita por uno de los responsables editoriales de Clarín, Luis Vinker, y al mismo tiempo directivo de la Fundación Ñandú y Asociación Ñandú que organiza – no gratuitamente- carreras, eventos y maratones en el país.

Dos páginas para Eliud Kipchoge y su nuevo récord mundial resulta exagerado. Pero claro, cuando uno corre el velo de los intereses (los dólares) y el otro velo, el de los posicionamientos de género, entiende. 

Y entiende mejor la titánica tarea de las deportistas marginadas y las periodistas mujeres por alzar la voz, por dar a conocer un mundo oculto por el machismo. Y por el negocio.

Por suerte desde abajo hay quienes empujan. La secretaria de Deportes Inés Arrondo insiste en que “hay que mirar con perspectiva de género todo, empezando por hacia dónde están dirigidos los recursos de los clubes, los organismos estatales, las entidades”. En la misma preocupación está nuestra Facultad de Periodismo de la UNLP. Al menos con los cursos de “Comunicación y periodismo deportivo con perspectiva de género”

El obsceno derroche que nos mostrará el periodismo deportivo con esto del Mundial de Qatar y los millones y el oro de los jeques, todo ello en plena crisis, no llamará la atención de muchos cronistas. Eso se llama naturalización de la forma de hacer periodismo.

Lo mismo sucede con el deporte femenino. Se naturalizó y se naturaliza que su orden es atrás del deporte masculino. Muy atrás. 

Hacía falta, y hace falta, coraje para cambiar todo esto.

Este fin de semana hubo quienes dieron ese pequeño gran paso.