Quienes ya tenemos un recorrido externo de Mundiales, es decir mirándolos de afuera, hemos pasado unas cuantas sensaciones de frustración similares a la del martes ante Arabia Saudita.

Mirar a un equipo vencido, perdido dentro de la cancha, no da para los dramas. Nunca dramatizaremos una derrota porque siempre hemos levantado las banderas del deporte sin la mancha del resultadismo.

Pero como se lo extraña al Diego. Las comparaciones son inevitables, y usted sabe a quién nos referimos y a qué número de la camiseta.

Pero también se extraña al buen periodismo. Es evidente, por ejemplo, que en televisión, la Argentina no ha logrado demasiadas transformaciones en casi medio siglo de transmisiones mundialistas.

El Mundial será lo que será, pero ya es hora de mostrar cosas distintas. De hacer cosas distintas. De rebelarse.

Veamos: el exceso de nacionalismo, sobre todo en los relatos de algunos integrantes del equipo de la TV pública (no se llega a mejor relator exaltando a cada rato el “vamos Argentina”) se contradice con la debilidad de quienes manejan la TV pública y que fueron incapaces de mostrar firmeza para decirle no a la censura de la FIFA, que ordenó que nuestra empresa estatal sacase el crespón negro de luto de sus pantallas por la muerte de nuestro mayor símbolo en la lucha por la defensa de los Derechos Humanos: Hebe de Bonafini.

Cero en soberanía.

Otra: el clima festivo de un Mundial, al que se prenden los canales privados deportivos y casi todas las radios, no puede llevarnos a ocultar que este torneo supura corrupción en un país cuya mayor característica es las violaciones a los derechos humanos. Y de todo eso hay que hablar. Y casi no se habla.

En los canales que no tienen los malditos derechos exclusivos, seguimos con la prensa de las obviedades y las estupideces. Cada cuatro años, lo mismo. Las mismas preguntas a la gente en los bares durante los partidos, o las mentiras de canal 13 que esta vez en la previa del partido debut, ponía en los zócalos que “la ciudad estaba vacía” cuando su propia cámara mostraba decenas de autos y colectivos que iban de un lado para otro.

El día de la transmisión de la ceremonia inaugural más faltas: para empezar ausencia de un gran productor, o un gran director, o una gran conductora de una empresa estatal que permitiese  la presencia de un traductor o traductora que ayudase a entender que dijo el actor Morgan. O analizar los silbidos de parte de la multitud a las autoridades nada democráticas de Qatar.

Esa ceremonia, de una FIFA que habla de paz, pero hace gala de espadas y reduce a escombros los derechos de las mujeres y la vida de miles de trabajadores que permitieron construir estadios que sólo alimentan la codicia de los ricos, debió ser más crítica. Hacer aquello que hicieron los valientes periodistas de la TV holandesa en 1978 cuando acusaron a la dictadura argentina.

Para bien nos queda la presencia y la sapiencia de Angela Lerena en los comentarios de la TV pública (buscando datos, hablando del achique como táctica del entrenador de Arabia, insistiendo con elementos técnicos y preocupándose por la buena pronunciación de los apellidos árabes), o las crónicas de Alejandro Wall en Tiempo Argentino y de Ezequiel Fernández Moores en La Nación (no se pierdan “El Mundial veneno”).

Queda un rato largo de Mundial. Las esperanzas en el equipo son infinitamente superiores a las esperanzas en un cambio en el periodismo.

Pese a todo, seguiremos alentando.