Ya está. Renunció Ricardo Gareca a la conducción técnica de Vélez. Se fue después de sólo doce partidos, de un clima belicoso y una jaqueca infernal el pasado fin de semana que algunos anunciaron como descompensación sufrida luego de una derrota.

¿Y ahora?

La agresiva reacción de muchísimos fanáticos de Vélez en el hall del club, con insultos dedicados a los directivos y jugadores, no ha sido menor en este desenlace y por supuesto es un asunto tan viejo como la pasión de los hinchas.

La secuencia de los 12 partidos de Gareca como entrenador (un triunfo 4-0 sobre Central Córdoba, siete empates y cuatro derrotas) pudo más que su triunfal paso por Vélez entre 2009 y 2013 cuando logró cuatro títulos: Clausura 2009 y 2011, el Inicial 2012 y la Superfinal 2013.

Tristeza causó escucharlo hace unas horas concluir su ciclo 2023 con estas palabras: “Sé lo difícil que es el público de Vélez y sé que muchos entrenadores no la han pasado bien precisamente por la exigencia que demanda la historia del club. Solo tengo palabras de agradecimiento con ellos"

Sin caer en la ingenuidad de anhelar en lo inmediato un mundo de amor y paz en el fútbol y en el deporte en general, tarea para la cual bregamos desde hace tiempo y después de razonar sobre los roles del periodismo en el errático rumbo resultadista de los hinchas, hoy se impone nuevamente hablar de estas “emociones”.

¿Se trata de fuerzas animales ciegas?

¿O son fuerzas  inteligentes y conscientes que se potencian en una personalidad colectiva?

Si las emociones se vinculan con las creencias, podríamos concluir que la creencia de “apretar a los jugadores” para que los equipos mejoren su rendimiento forma parte de la mentalidad de muchos y muchas hinchas que apelan a esta muestra de barbarie.

De ser así, deberíamos sostener que la solución proviene de un cambio de creencias que acarrearía un cambio en las emociones.

Claro que aquí vienen dos preguntas ¿Debemos concederle peso a ello? ¿O será que no siempre nuestras emociones se modifican en consonancia con nuestras creencias?

Mientras se disuelven estas reflexiones filosóficas, lo concreto es que nuestra prensa deportiva sigue sin resolver muchos de los factores que empujan a estas creencias. 

Uno de ellos es el lenguaje periodístico. Las mesas de periodistas estimulan el discurso del fracaso y del éxito como única medición de lo bueno y lo malo.

Para nada se estimula el deseo de competir y punto. Entonces, el periodismo aparece en la primera línea de responsabilidades para alimentar esas creencias, luego convertidas en violencia.

“Los resultados son los que mandan", dijo Gareca en su última conferencia de prensa. Una despedida triste, muy triste que confirma cuánto del furor individualista y consumista ha penetrado en la sociedad, y cuánto costará desarmarlo.

De este lado, no aflojaremos.