La reputación de los jugadores de nuestra Selección – menos uno- y la del entrenador anda por los suelos.

Algo parecido sucede con la reputación de nuestro querido periodismo deportivo, al que nuevamente le agarró el ataque de acidez que lo coloca al borde de la histeria colectiva.

El tono sentencioso y el empeño para lograr que un periodista sea más duro que el otro, fue la característica de esta semana. Llegaron nuevamente los filósofos morales y elocuentes que pasan tan fácilmente del análisis empalagoso de los hombres seleccionados hasta el disparate de mostrarse enojados, como en una actuación teatral que requiere todo el esfuerzo de quien simula perder la compostura.

Los periodistas deportivos en general, mucho más aquellos que se desempeñan frente a una cámara, no gozan de la facultad de la meditación.

Pero los sermones post 6-1 con España van quedando en el olvido y en unas horas más nadie recordará qué se dijo.

Todos sabemos que los partidos de una selección antes de un Mundial ni hieren ni matan. Mucho menos cuando en los partidos previos no juega un tal Messi.

Las dos vidas de todo seleccionado que ha clasificado para un Mundial siempre han sido así. Pregunten por ejemplo que se decía de la Selección argentina semanas antes del Mundial de México en 1986, cuando Bilardo le tenía tal pánico a los amistosos que prefería probar al equipo contra clubes. O antes de la Copa del Mundo de Italia en 1990. Sin ir más lejos, en un amistoso disputado por Brasil el 26 de abril de 1970 en Río de Janeiro, Pelé fue al banco de suplentes y utilizó la camiseta trece. El luego “extraordinario Scratch” campeón en México 70 empató 0-0 contra Bulgaria y muchos decían que se caminaba directo al papelón. También meses antes de la consagración en el Azteca, ese mismo Brasil, con Pelé de titular, perdía 2 a 0 con la eliminada Argentina.

Volvamos ahora a los lenguajes huecos de la semana pasada. En general se la agarraron con Sampaoli (Crónica tituló Sampaliza) y lo criticaron por la formación, por Higuain, por la falta de mentalidad ganadora.

Todo lo que ocurre en una cancha no es bello. Si hay algo bello en ciertos momentos, es que luego vendrá algo feo. El fútbol, en definitiva, es la mezcla de lo bello y lo feo. La Selección actual, con Messi incluido, siempre fue esta mezcla de sabores. Así como la Argentina 1993 no era el 5-0 ante Colombia, la Argentina 2018 no es el 6 a 1 ante España. Ni tenemos la peor, ni tenemos la mejor.

La epopeya de mezclar buen juego con victorias hasta para luego alzar la Copa dependerá, como siempre, de los jugadores y no de Sampaoli, a quien exageradamente el insulso presidente de AFA llamó “el mejor entrenador del mundo”.

Falta poco para el Mundial y es bueno saber que este equipo no está en el fango; tiene a Messi y a unos cuantos más, y que toda exhortación que debemos hacer es que arranquen de sus entrañas el amor por la pelota y que si traen o no la Copa, ya no es cosa de ellos, sino del fuego que uno desea ver en los campos rusos.